viernes, 27 de junio de 2008

Breve.-



Rayos de sol penetraban en la penumbra de la sala, rompiendo la oscuridad como brillantes dagas cristalinas. El viejo escritor octogenario pidió a gritos, con prisas y grandes ademanes, papel y pluma. ¡Ya lo tengo!, -gritaba-, ¡ya lo tengo!...
A todos sorprendió el ímpetu de su repentino despertar y corrieron, alborotados, torpemente, y sin rechistar para cumplir sus atropellados deseos.
Papel blanco inmaculado. Pluma amiga de viejos lances y grandes aventuras.
Con grandes esfuerzos, con esmero, con paciencia, a fuego lento, alcanzó a escribir un sencillo título: “Breve relato”. Tras lo cual y visto el esfuerzo, pensó en subrayar lo escrito y, mejor, continuar en otro momento.
Pero aquel despertar, traído por los rayos dorados de un abril cualquiera, traicionero, no eran otra cosa que el inevitable e ignominioso último suspiro. Cuando llega. Viene sin avisar, por derecho.
Corrió la tinta, en recto, bajo el título en aquel su último escrito.
Corrió como un ave hacia el cielo infinito. Aún no puedo olvidar cómo dejó a todos. Con las bocas entreabiertas, alelados y sin aliento. Con aquel título, “Breve relato”, su último escrito y sólo subrayado en recto.

El vecino del 4º


Posdata: la belleza de lo inacabado está presente en el arte, en el amor, en las revoluciones...

jueves, 19 de junio de 2008

Año 2369. Un mundo sin máquinas.




Muchas veces mi bisabuela me contó la gran sequía del año maldito. Aquello ocurrió allá por el año 2.043, debió de ser terrible. Fueron veinticinco años de sequía continuada, día tras día. La temperatura del planeta subió más de lo previsto, los dos polos se quedaron sin nada de hielo, dentro del cúmulo de desgracias esa fue, tal vez, el principio de nuestra salvación. Por un lado la sequía amenazaba seriamente con terminar con todos nosotros y fue, precisamente, el agua helada almacenada durante millones de años la que nos salvó del fin último. Comenzaron por todos lados las revueltas anti-energéticas, los comandos anti-polución se unieron. En realidad por lo que cuentan no hubo guerra, fue como si un extraño y súbito consenso se apoderara de todos ante la evidencia. El planeta respiraba sus últimos momentos o todos se ponían de acuerdo o nadie quedaría para contarlo.

Ahora han pasado demasiados años de todo aquello. Por lo que cuentan nuestra querida Tierra casi vuelve a ser como al principio, cuando se hablaba de aquel paraíso imaginario. Y sigue siendo el agua el elemento salvador. En Enero del 2.119 por casualidad se descubrió la energía que encierra una molécula de agua, mil veces superior a cualquiera otra energía conocida hasta entonces. Una simple ruptura en el hidrógeno y la subsiguiente subdivisión en cadena permite poner en funcionamiento a un litro de agua como potencial energético para mover una aeronave durante seis meses. El resultado de dicha liberación energética en términos de contaminación era aún más sorprendente. Contaminación cero. Si a este descubrimiento le añadimos que las energías eólicas y solares son hoy el 90% de nuestras fuentes fundamentales. Tenemos como resultado un mundo nuevo. Por cierto un mundo en el que hace más de 100 años que no existen fronteras, ni banderas, tenemos un solo idioma que cuentan lo inventaron varios niños en los refugios provisionales en tiempos de la gran sequía.

Hoy me he levantado como siempre feliz. Se que Haltz me ama, aunque es poco hablador. Siempre con su mirada distante hacia el horizonte. Poco expresivo. Pero sin duda ha sido mi mejor compañero, siempre fiel, siempre dispuesto a ayudar, muy romántico, detallista en exceso, jamás olvida nada. Trabajador incansable. Nunca le he visto enfurecerse. Amigo de sus amigos. Cumplidor con todas las leyes, tanto que a veces me exaspera. Un amante perfecto, puede estar toda una noche de orgasmo en orgasmo y apenas suda, apenas gime, en cambio mis gritos de placer creo que se escuchan más allá de Júpiter. Soy consciente que todas mis vecinas me envidian.

Pongo la radio para despejarme mientras tomo una infusión, salgo al porche de nuestra casa virtual con todo tipo de comodidades tan reales que no hay manera de notar la diferencia, otro avance que terminó con las odiosas grúas del pasado y el ruido de las obras que tanto enloqueció a la humanidad en aquellos tiempos. Quién podría haber soñado que un holograma tendría tanto, nos protegería del frío de la noche y del calor del verano.
Escucho atentamente una extraña noticia: “...según fuentes oficiales, acaba de descubrirse una serie de robots ilegales, humanoides perfectos, que fueron introducidos en el mercado de manera clandestina y a modo de prueba, el modelo es denominado K-2368, por ser su año de fabricación, aunque en principio su previsión de vida era de 150 años, un fallo interno ha puesto al descubierto toda la operación, los responsables se hallan en manos de la justicia. Rogamos nos ayuden a localizar los prototipos mencionados, la colaboración ciudadana en estos momentos se hace necesaria... En un mundo sin máquinas se hace necesario encontrarles cuanto antes para dar cumplimiento con la normativa”.

La noticia me hace saltar de la silla. La infusión se derrama sobre mi vestido pero apenas siento el calor sobre mi cuerpo, es mayor la confusión y los nervios. Voy a buscar a Haltz, por el camino empiezo a comprender algunas cosas. Nunca me dijo te quiero. Nunca hablaba de su pasado. Nunca parecía estar cansado, ni alterado, ni tener dudas, nunca enfermó, jamás le vi estornudar. Podía comer mucho o poco pero jamás engordó ni cien gramos.

Mis ojos se nublan de lágrimas, Haltz está frente al escritorio, inmóvil, frío como el mármol, encorvado en una posición extraña, como un viejo juguete inútil y olvidado de todos. Debió adivinar su final, sólo alcanzó a escribir una breve nota: “estaba programado para vivir toda la vida contigo, siento abandonarte, pero yo no he tenido nada que ver con esta decisión. Te quiero. Haltz”.

El día se envuelve en una fina lluvia que moja todos los campos del universo y cada rincón de mi alma. Lloro casi en silencio al compás del agua que siempre cae para salvarnos de todos nuestros errores.




Posdata: Este relato, puede que sólo intente ser un sincero homenaje a aquella película mítica “Blade Runner” de Ridley Scot.

martes, 10 de junio de 2008

Lua.-



Lúa, confiesa que has sido infiel muchas veces y que sigues sin arrepentirte de nada, eso te hará bien, no pasa nada, nunca pasa nada cuando no pasa nada nunca. A mi no me importa. Decídete ya, y verás qué calma obtienes. Toma una decisión ahora, y después vendrán todas las demás.
Esta mañana Lúa, te has levantado y sin ganas de nada, como una autómata, antes de hablar con nadie, te diriges a la ducha. El agua es de las pocas cosas que admites en días como éste. El tiempo que transcurre sin prisas bajo el agua es diferente. Al salir de la ducha, notas tu cuerpo con un cierto equilibrio pero las ideas aún dispersas. Te vas dando esa cremita hidratante tuya, o lo que sea que haya en ese bote de formas insinuantes, te frotas por todo el cuerpo con extremada delicadeza, sin que nada de lo que te rodea te preocupe en estos instantes.
Ahora estás peinada sin esmerarte demasiado, con ese pelo tan largo, tan rojizo y tan rizado pocas cosas se pueden hacer. Tú lo sabes y no pierdes el tiempo en minucias estéticas de ese tipo. Te colocas en un instante el amplio vestido de seda pintado a mano, luciendo todos los colores del arco iris; sobre tu inmensa melena leonada prendes caprichosamente unas cuantas y frágiles mariposas, artesanales, de corcho casi transparentes, ésas que sólo usas cuando estás como hoy. Según tú son las mariposas de la melancolía. También sueles decir que te ayudan a pensar cuando, sin saber qué hacer, estás frente a un cruce de caminos, repleto de enigmas y decisiones que tienes que tomar tú sola, o peor aún y dicho de otra manera, que si tú no decides deciden por ti. Entonces dejas de pensar y escuchas los consejos de tus mariposas. Las mariposas de la melancolía. No siempre aciertan en sus consejos, pero nunca les reprochas nada. Siempre vuelves a intentar escuchar sus consejos.
Ya te has puesto tus viejas y más que usadas sandalias de cuero a tiras. Pero siguen brillantes, huelen a esa cremita que utilizas al salir del baño; son los restos que quedaron en tus manos, una vieja costumbre que aprendiste de alguien al que no puedes, ni quieres ya recordar. Te doy la razón, no merece la pena. Sin pendientes, sin maquillaje, sin reloj, ni pulseras, ni anillos, hoy no es día para más añadidos inútiles y superfluos. Con las llaves en una mano y ese pequeño bolso en la otra. Tú bien sabes, Lúa , la envidia que les das a tus amigas. Un bolso que conjunta con tu vestido y que al colgarlo casi desaparece. ¡ Mi bolso mágico favorito!, sueles decir, y tú ríes, cuando surge la conversación tan a menudo. Por fin ya dispuesta, preparada, sin más cosas; para qué, cierras la puerta sin despedirte. Sin mirar atrás. El día de hoy no es el mejor de todos tus días pero tampoco es el primero así.
Vas caminando por una inmensa ciudad que sientes bajo tus pies, pero no creas que está contigo. Tampoco contra ti. Caminas sobre ella como podrías estar caminando sobre cualquier otro lugar. Poco a poco te rodea y te va envolviendo y tú continúas ignorándola. Ella por su parte no hace esfuerzos para que te acerques y la preguntes ¿Qué tal la mañana, querida ciudad?.

En las ciudades se camina distinto que en cualquier otro lugar. Las ciudades, hoy, son alfombras de sucio asfalto y no hay manera de olvidarlo, Lúa, por mucho que se empeñen en disfrazarlas de verdes aterciopelados, de modernos neones y de farolas centenarias. Pero eso ahora no te preocupa. Caminas sin rumbo, con desgana, con ese pelo todavía mojado que derrama aún gotas, sobre tu rastro incierto, creando un simulado y bello rocío a tus espaldas. Cualquier calle puede servirte para continuar, mientras en silencio tratas de escuchar las mariposas de la melancolía que nada nuevo te cuentan esta mañana.
Sin embargo y a pesar de todo, Lúa, sigues siendo mujer de costumbres. Comienzas a caminar con urgencia, buscando repentinamente, y a ciegas lo que notas que te falta. Es la hora del café. Has escapado con tantas prisas y podrías seguir andando hasta el infinito, cabizbaja, como ausente. Pero es la hora de la dosis de cafeína, con un buen zumo y algo dulce, por descontado. No puedes evitar tener que tomar una decisión. ¿En qué maldito bar me tomo yo ahora un café ?. Podrías cerrar los ojos y entrar en el primero que vieras. Podrías arrepentirte nada mas cruzar sus puertas y volver a salir huyendo sin rumbo fijo, una vez más. Podrías arrojar una moneda pero el azar no siempre resuelve las decisiones, sean o no importantes. Podrías preguntar y tal vez no te respondieran. No esperes respuesta de las mariposas, ellas no saben de granos tostados y molidos por las manos del criollo en tierras lejanas.
Siempre, lo más sencillo de todo Lúa, es dejarse llevar. Te has dejado llevar y esta vez te ha resultado. Ahora, al instante, hueles a café recién molido. Un olor que aparece en escena sin buscarlo. No serás selectiva ni extremadamente exquisita; tampoco hoy pedirás demasiado. Te conformas con seguir el rastro oloroso, casi a tientas. Como si una mano invisible te hubiera atrapado con delicadeza y te empujara amablemente. Y ahora te encuentras ahí, parada, frente a un viejo café sin nombre porque tú ni siquiera lo aprecias. Un superviviente anónimo en una ciudad desconocida, que ni te quiere ni te deja de querer. ¿Te odia tal vez?. ¿Te ignora?. No es lo que te preocupa en estos momentos, sin duda.
Estás ya cruzando sus puertas sin preguntarte nada mas, para qué. Sin sospechar lo mas mínimo, sin miedo, despreocupada e indiferente. Ante ti un viejo bar, tal vez distinto a todos los demás y tú sigues sin apreciarlo. Igual a otros tantos de cientos por los que pasaste antes. Pero distinto. Madera de roble, con marcas por doquier, sobada de más; objetos de alpaca diseminados, granito pulido añejo y un ambiente cargado con objetos, todos ellos fechados, enmarcados y que cuentan parte de nuestro pasado. Manteles de encaje y flores secas de colores. Bajo tus pies mientras avanzas hacia la barra. No tienes otra posibilidad, el suelo cruje con alaridos de madera herida, tablas contra tablas que se abrazan para tratar de protegerse de tanto cliente insensible o distraído que las pisotean a diario. Pero tú sólo piensas en no tener que pedir otra cucharilla, deseas que esta vez no se te caiga al suelo, es uno de tus defectos más habituales. Sueles decir que tienes todos los defectos del mundo, y una sola virtud: la de saber reconocerlos todos y cada uno; la mayoría de las veces a tiempo. Esa humilde y sincera verdad siempre te acompaña porque así lo quieres tú. Lúa.
Ahora, ha llegado el momento de tus primeras palabras esta mañana. Ves un camarero, pajarita en cuello que le baila, paño en ristre, seguramente con tantos recuerdos como el viejo local, que mima cada vaso como a su primera novia. No te importa que su mirada pueda parecerte lasciva, es tan mayor que ya ni tendrá recuerdos libidinosos. Cara aguzada y reseca, tiene algunas escamas como las de un viejo lagarto. Nariz aguileña mozárabe. Planta estirada, de pellejos colgantes, fláccidos y arrugados. No tiene grasa ni siquiera en la suela de sus zapatos, aunque no alcances a verlos. No termina los afeitados como antaño. Sin duda teme a sus manos temblorosas. Hay un reguero de pelos diseminados por su barbilla que así lo atestiguan. Su aspecto no te impresiona porque tú has entrado a lo tuyo y nada más. Te lanza un seco y cortante “¿Qué va a ser señorita?”. Deseas un desayuno señorial, un desayuno VIP, que te mime, con vaso de agua helada incluido. Sin preguntas, sin miradas, sin intromisiones de ningún tipo. Y después, un adiós ligero que la ciudad es grande y el día acaba de comenzar para ti. Pero terminas pidiendo un café solo, sin más. Lo demás sería un esfuerzo que no estás dispuesta a soportar, incluida la leche. No soportarías tener que decidir si caliente, templada o fría.
Qué otra cosa podrías hacer en este café solitario, casi en penumbra. Ante un viejo camarero, casi seguro que amargado y cascarrabias, que no sabes muy bien cuáles son sus intenciones. Derrotada por la situación, una vez más, como tantas otras. Te alejas hacia una mesa lejos de la barra. Das la espalda y no te tiembla el pulso pero no estás orgullosa por lo que acabas de hacer. Te retiras en silencio, hoy de poco te sirven las mariposas que silenciosas parecen querer esconderse en tu pelo ya enredado, como siempre.
Amargo café en la penumbra más silenciosa. Y tú sigues con el pelo húmedo. Sigues siendo la misma de ayer, y sin embargo, tan diferente. Lo tomas de un solo trago como aquel viejo aceite de ricino pero sigues echando algo de menos en estos momentos. Tú también dices muchas veces que lo tuyo con el tabaco no es vicio. Es saber escoger el momento. Y ahora necesitas una de esas profundas caladas para tragarte todo lo que no eres capaz de decidir. Sólo fumas uno al día. Desde hace tiempo. Sin una costumbre fija. Siempre acabas escogiendo ese dichoso momento. Ahora toca uno. Tu mano se desliza hacia el bolso pero sabes que nunca llevas encendedor, y un sólo cigarrillo porque no te fías demasiado de ti. Eso forma parte de tu trato personal. Tu compromiso secreto contigo misma. Eres consciente de que no te levantarás a la barra a pedir fuego y eso hace que te revuelvas en la silla sin demasiados aspavientos. Hoy tampoco quieres llamar la atención.
Para tu sorpresa, antes de que sientas perdida una nueva batalla silenciosa. Cerca de ti escuchas un sonido familiar. Suave, con ligero ritmo y que identificas con facilidad. Alguien golpea con celeridad el teclado de un portátil en una mesa no muy lejana. No pedirías fuego hoy a nadie pero sabes bien que tus movimientos te han delatado por mucho que ahora trates de disimularlo, inútilmente.
Ves el humo que me rodea, tus ojos siguen su recorrido pidiendo a gritos ayuda. Nuestras miradas se han cruzado sin querer y no puedes evitar verme. Apenas puedo creer que no me hayas visto antes, pero yo también tengo ahora bastante con lo mío. Mi cortesía llega hasta ofrecerte, desde la distancia, mi encendedor de plata, pero tendrás que venir a mi mesa. Piensas que por hoy ha sido suficiente. Te levantas, esbozas una sonrisa artificial de cumplido y te acercas. Un desconocido te dará fuego y punto. Estas tan segura que sólo quieres inhalar un poco de humo, sin más. Veo cómo te acercas. Para mí, en estos momentos ni eres una mujer ni nada, tus curvas femeninas y más que apetecibles, pasan desapercibidas para mí, tu aspecto radiante, esa despreocupación tan colocada. Sin embargo, ahora para mí eres alguien, sólo alguien, sólo veo una persona, sin sexo, que se acerca a mí; le hago un favor simple y la cortesía parece que ha funcionado, una vez más.
Llegas en un segundo, atrapas tu deseado fuego y lo enciendes. Estamos a escasos centímetros, y al cruzar nuestras miradas, ocurre. Es ahora. Sin pensármelo te suelto a quemarropa que yo me encenderé otro . ¡Qué diablos !. Comienzo a pedir disculpas por mis modales. Nos presentamos. No tienes tiempo de reaccionar, y sin darte cuenta lo has consentido. Hoy tengo la impresión que te vas a saltar la norma con tu cigarro diario. Veo como miras, de reojo, mi cajetilla sobre la mesa. He tenido un día de los que se denominan “siniestro total”. Llevo un año trabajando para un asunto muy importante. Y hoy, en una hora de reunión con cuatro yupis me han destrozado el trabajo de cientos de horas. Se han permitido el lujo, además, de concederme media hora para que revise el maldito proyecto de fusión. Estos imbéciles se creen que soy otro yupi más, de los del montón. Se creen que estoy en estos momentos dándole vueltas a mi trabajo. Desesperado por el fracaso y el miedo al futuro. Estos no se enteran de nada. Mira Lúa, ahora que nos conocemos. ¿ Sabes lo que estoy haciendo ahora?. He abierto mi carpeta de documentos. Mis documentos, no el informe maldito. Y estoy escribiendo un poema. Sólo eso. Es lo único que pienso hacer en esta media hora. Y cuando vuelva a esa oficina, dentro de unos minutos, acabaré con ellos.

Noto que no te has asustado. No has salido corriendo. He estado demasiado impulsivo, un tanto agresivo si quieres. Pero no he podido evitarlo. Veo cómo te acercas y lees con atención mi poema, aún sin terminar. Tus gestos del rostro, el brillo de tus ojos, por cómo mueves tu cuerpo, me dice que te está gustando. Vuelves a retorcerte ligeramente, esta vez, asintiendo y con suavidad. Sigo de impulso en impulso. Me lanzo sobre las teclas y antes de que apartes tu mirada estás dentro del poema. Para siempre. No me sorprende nada que lo hayas aceptado de buen grado. No hemos podido evitar cruzar nuestras manos en muestra de agradecimiento. El frió gélido de tu mano no puede apagar el fuego y la furia de la mía. Pero hay algo que me dice que seremos amantes para siempre.

Para Lúa, cuando sea, será.
8 de Abril de 1992.



Posdata, tal vez un poco extensa, para tí, Lúa :

Varias cosas.
Si lees esta carta, que te entregará nuestro camarero favorito, ese viejo cascarrabias que no tiene edad, me gustaría que no volvieras a este café nunca más. Yo no podré hacerlo. ¿ Sabes... no?. No podré volver a este café ni a ningún otro, nunca más. Llevo meses ocultándotelo, te agradezco que no te dieras por enterada. Ha sido lo mejor.
Más cosas. Por cierto, aquel primer día volví a la reunión. Gané la partida. Acabé siendo el presidente de la empresa que se fusionaba al día siguiente. Es la que está enfrente, mira por la ventana. Cuando acabó la reunión volví aquí y escribí lo que supuse que nos había pasado aquel día del 8 de Abril lejano. Como habrás leído ya. Pero con el tiempo, el poder, la presión y la soledad me han derrotado. Para colmo la enfermedad ha hecho el resto.
Más cosas. Te agradezco que hayas sido mi amante durante todo este tiempo. Nunca supimos nada el uno del otro de nuestros pasados. No hubo necesidad de compromisos, de pactos en el aire, de largas explicaciones inútiles. Un día al mes en este café durante los últimos diez años. Sin preguntas. Sin mentiras. Sin verdades. Se que no nos debemos nada. Tú con tu soledad y yo con la mía. Pero nos amamos tanto... Sin embargo cuando un yupi rico muere, muere en solitario. Alguien tiene que ser su heredero. Nada está sujeto al azar entre nosotros. Es nuestro trabajo. Para cuando te haces rico, estás tan solo que no sabes ni qué hacer con el dinero ni a quién dejárselo. Ahora tú, Lúa, tienes todo lo que no he sabido saborear. Seguramente lo primero que pensarás es en romper esta carta. Lo sé. También pensarás que te estoy tomando el pelo. Cruza la calle y pronuncia tu nombre. Mis empleados te están esperando. No te molestes en renunciar al regalo. No es posible. Legalmente todo está controlado. Tienen todas las instrucciones.
Para terminar. Te estaré esperando eternamente si es que eso es posible. Me gustaría, además de poder creerlo, que realmente ocurriera. Pero mientras tanto busca otro poeta y procura que esta vez no sea yupi.
Lúa, sé feliz, para tí... por los dos.


19 de Agosto del 2.002

El vecino del 4º


Sin comentarios, esta vez también espero los vuestros.

Besos desde el otro lado de la luna.

Desde el otro lado de la ventana.