miércoles, 14 de enero de 2009

Sin papeles.



Sin salir de mi cuarto piso, sólo con cerrar los ojos y teclear sin prisas, ahora mismo me encuentro en algún lugar de la costa africana, con aguas cristalinas, rodeado de barcazas, lo que en nuestro país conocemos como pateras o cayucos, de las que llegan a las Islas Canarias sin ir más lejos. Una manera como otra cualquiera de demostrar, día a día, que las fronteras son dibujos sin sentido alguno creados por los hombres amantes de amasar fortunas. Fortunas que por cierto, paradojas de la vida, no pueden llevarse a ese cielo que tanto ansían. No conozco concepto peor y más mezquino que aquel que considera, con extrañas triquiñuelas legales, a los hombres ilegales. Cómo vivir puede ser ilegal?.

Allá, pues, al otro lado del mar, el aire caliente me entra en los pulmones como una cerilla ardiendo. Para refrescarme y notar algo de alivio saco de mi mochila una botella de agua mineral nada fresca por cierto, pero es lo que hay, para dar un pequeño trago que me alivie estos sudores angustiosos. Me agacho y en cuclillas mojo mi cara con el agua salada. Sumerjo la gorra hasta el fondo y me la pongo en la cabeza con la visera hacia detrás. Ahora voy a quedarme así, agachado, unos instantes para recuperar fuerzas. Dejaré de hacer fotos. Dejaré de tomar notas. Parece que el momento ha llegado.

Sin duda es una reunión de unos cuantos sin papeles. Están preparando el viaje, he pagado unos dólares y podré estar por aquí sin problemas, desde la distancia, siendo casi invisible.

Hay alguien que parece el líder, un maestro de ceremonias, un hechicero o algo parecido, cuando el habla todos escuchan, hacen genuflexiones y muestran cierto tipo de servilismo o respeto infinito, no sabría decir. Está claro que en los genes de estas buenas gentes aún sigue instalado el mundo de la magia especial, en manos para sólo unos cuantos, y los miedos ancestrales, para otros muchos, siguen aún deambulando por playas y selvas.

Permanecen frente al hechicero del nuevo milenio, un tanto asustados, a algunos les tiemblan las manos y las piernas, él les habla al oído, y como autómatas, con los ojos casi en blanco, buscando en el horizonte de la playa, antes de chocar sobre las olas, quedan varados, como esperando algo. Como si intentaran buscar un picaporte en una puerta invisible que les llevará al otro lado del mar. Al lugar de sus sueños, dónde puedan comprar comida y algo de ropa a cambio de trabajar más horas que las que caben en un reloj o en cualquiera de nuestras agendas. No veo que se suban a ninguna de las barcazas que permanecen ausentes flotando y adormecidas en las orillas.

Tras varias idas y venidas a ninguna parte, la tarde va cayendo como cuando un de los ecos se desvanece entre los montes. El hechicero habla en voz alta, retumban sus palabras sobre las olas, la arena baila a mis pies como con miedo. Interpreto que por hoy la cosa ha terminado. En un inconsciente acto de valor me acerco y cuando ya casi está solo le pregunto en voz baja.

-Maestro, hechicero... por qué van hacia la orilla, a ninguna parte y vuelven. Es un ritual? ... o realmente quieren marcharse a Europa???...
-Qué te hace pensar que soy maestro o hechicero???...Sólo les digo que cuando estén preparados, esa puerta se abrirá y podrán hacer su viaje. Gratis, sin tener que pagar al mafioso de turno. Si no es así, es que hay algo aquí que aún les retiene. Que mediten sobre ello y saquen sus propias conclusiones mirando el horizonte.
-Y realmente te creen??...
-No sé, acaso importa???. Me interesa más la ilusión con la que van hacia la orilla. Esos instantes de espera, buscando en el aire una puerta que no existe, una llave que no lleva a ninguna parte, que no abre nada, pero anhelan tanto. Algunos jamás vuelven a intentarlo. Otros, pasados unos meses se embarcan en una patera, como ustedes las llaman. A esos bien sabe lo que les espera. O no???...
- Perdóneme . Le pido disculpas. No tengo más preguntas.
-Yo no soy juez, ni perdono ni disculpo. Ni juzgo ni castigo. Ni siquiera sé quien soy. Todos los días me hago esa misma pregunta y aún no he sabido qué contestar.

La noche se acerca en algún lugar de la costa africana, un olor a pescado asado me recuerda que tengo hambre, unos tambores que suenan como lágrimas de cristal que caen de las estrellas más lejanas cuentan alguna historia incomprensible para mí. La luna se baña desnuda sobre unas olas lascivas. Es hora de volver a la ciudad.



El vecino del 4º


posdata: estos días de frío y nieve, de crisis e incertidumbre parece que se nos olvida que las barcas siguen mirando el horizonte de los sueños dorados al otro lado de la orilla...

miércoles, 7 de enero de 2009

Avería en el 4º



Es mi primer día de trabajo y no quiero llegar tarde. He cambiado de hospital, por circunstancias varias. Me he puesto una ropa y un perfume discreto. Nunca me pongo de medias mi primer día. Ni pronuncio el escote . Es ya una costumbre. Quiero que me recuerden por mi trabajo, no por mi presencia. Voy saludando a todo aquel con el que me cruzo pero no conozco a nadie. Veo en sus caras las prisas de siempre. Alguno que otro con resaca y varios bastante distraídos, como muy lejos del trabajo. Es normal, las fiestas de navidad dejan huella en el hígado y en las ojeras.
Es un día frío, aunque en el Sur el concepto frío, aunque sea Enero, es relativo. Noto que mis piernas empiezan a estar inquietas, espero el ascensor en el bajo. El primer día siempre me pasa, no puedo evitarlo. Es comenzar de cero, como dar un salto en el infinito. Voy a digestivos, me han dicho que está en la cuarta planta. Cosas de la vida, el cuarto me trae buenos recuerdos. Se abre la puerta del ascensor y tomo aire, siempre lo hago es como si comenzara algún tipo de primer viaje iniciático.

El ascensor va lleno, rápido, nadie habla. Yo permanezco junto a la puerta, otra de mis costumbres. Cabizbaja, a medida que subimos va quedando sólo. Entre la planta tercera y cuarta la luz se apaga. Todo se queda quieto, un piloto color anaranjado queda intermitente y una voz grabada salta para informarnos de que la situación está bajo control y que en unos minutos volverá a la normalidad.

El corazón se me encoge, apenas respiro, comienzo a enredarme mi pelo entre mis dedos y sin moverme escucho la respiración de alguien detrás de mi.

- Cálmate. Esto, supongo que suele ocurrir con frecuencia. En mi edificio también me ha pasado varias veces. En media hora estamos fuera.

El pecho se me va hinchando, los ojos comienzan a moverse rápidamente, la boca noto cómo se me reseca. Estoy a punto de comenzar a llorar.

-Estamos solos . No hay de qué preocuparse...

Noto su aliento sobre mis oídos. Por todo el cuerpo me recorre un escalofrío. Esta vez no es miedo. Su perfume me ha recordado algo.

Allí mismo, de pie, me di la vuelta y comencé a desnudarme con los ojos cerrados. Di un paso adelante y una mano segura aprisionó uno de mis pechos que ardía como si fuera la primera vez. El miedo se mezcló con el deseo en unos instantes nuevos para mí. En mi vida se me hubiera ocurrido que estas cosas me pudieran pasar a mí, aunque muchas veces había oído hablar de historias repentinas de sexo y deseo desenfrenado.
Hicimos dos veces el amor, atropelladamente, en menos de 20 minutos, los otros 10 fueron para respirar y tomar control de mi cuerpo. A los 30 ya habíamos salido como dijo el desconocido. No pude mirarle a la cara. Ni pedirle su teléfono. Ni nada. Ni una simple despedida.

Una manera de empezar a trabajar diferente a otras veces. Nunca supe de que tipo de paciente se trataba, si era un familiar que venía de visita y si por el contrario era alguien de la casa. Qué importa ahora nada. Tengo que trabajar. No llego tarde pero las piernas me vuelven a avisar que pronto empiezo.



El vecino del 4º



posdata: dedicado muy especialmente a mi querida amiga Amaya, en su primer día de trabajo...ves Amaya???... la vida discurre...y siempre te puede sorprender...

domingo, 4 de enero de 2009

Temporalmente roto por dentro.-




Cuando uno se dedica a saborear el jugo de las palabras, a vivir de prestado sobre lo que ellas te dan para poder seguir soñando, viviendo en este mundo y al mismo tiempo en otros tantos imaginados. Cuando además las compartes, habitualmente, con gentes que ni conoces ni conocerás, con esas gentes que te animan a seguir buscando entre la utopía. Cuando permanentemente no es fácil saber distinguir entre el aquí y ahora y las fantasías o los sueños, a veces tan reales...poco o mucho importa todo lo demás.

Me levanté como todos los primeros de años, con ese deseo de que la resaca urbana no sea demasiada, con las ganas de que todo volviera a la normalidad de días anteriores. Me levanté y miré abriendo mi ventana, como tantas otras veces, para ver más allá del bullicio y las guirnaldas, más allá del olor a cava y uvas pisadas que toda la ciudad desprende cada uno de enero. Me levanté para ver más allá del horizonte, dónde la ciudad se pierda en el infinito. Tal vez buscando alguna señal de un mundo mejor o renovado, de un rincón del milenario paraíso de Adán y Eva, por si hubiera renacido de alguna manera en algún lugar.

En estas andaba, buscándome la cabeza con las manos, el pelo revuelto y los ojos aun por abrir del todo. Sonó un teléfono y alguien contestó. De ser una llamada cualquiera, por la manera y el tono en que bajó su voz, al instante, supe que algo no iba bien.

Una daga fría me abrió la mente y en ese mismo momento supe que el corazón, el ADN, la sangre que me había dado, tiempo atrás, la vida se había esfumado en un último suspiro, discreto, casi en silencio en algún rincón de un gran edificio impersonal.

Ahora era real, aunque desde hacía tiempo sabía que si él desaparecía, sería para siempre, ya, un huérfano sin remedio. Es una sensación extraña. Como si te quedaras sin palabras, como si nada tuviera ya remedio. Como si el mundo siguiera caminando hacia delante y tú te quedas varado en ese mar de dolor que es perder al padre que te dio la vida, más aún cuando a penas te quedan recuerdos de aquella mujer que se esmeraba en peinarte una y otra vez todas las mañanas de un tiempo tan lejano.

Roto por dentro y al tiempo manteniendo el cuerpo que apenas sientes que arrastras de aquí para allá. El eco de palabras de consuelo van y vienen como si procedieran de un sueño, de otro tiempo. Unas veces en directo y otras desde un teléfono, siempre parece que vienen más allá del lugar que vienen. Ayudan, reconfortan, se aprecian sinceras la mayoría de las veces. Pero sigues ahí roto por dentro sin remedio.

Como un animal que se lame las heridas en silencio en un rincón sin luz, deseas que todo termine cuanto antes. Un ritual más, que se desarrolla como el Réquiem de Mozart, con sus blancas y negras, a compás. Con esos silencios que arañan el alma y la piel hasta el fondo.

Buscas en el recuerdo otra imagen, buscas en las palabras otros momentos, y son las lágrimas las únicas que afloran, aunque sólo sea una, aunque sólo sea la sensación de querer llorar hasta verter todas y cada una de las lágrimas que siempre quedaron tras tus ojos, tras tus deseos.

Tu musa te lanza besos desde el otro lado del momento, desde la distancia que hay entre la piel y la piel que se une para buscar el alivio y aún así. El universo se hace infinito entre el dolor y el silencio. Entre la pérdida y los recuerdos.

Estoy roto, temporalmente, pero renaciendo entre las palabras, entre los recuerdos.


El vecino del 4º


Posdata: la vida es más grande, más maravillosa y más mágica que cualquiera de nuestros deseos. Vivir no tiene precio. Morir está tasado. Euro a euro. Sin remedio.