Desde que nació todo había sido abrir puertas a los que le rodearon, siempre diciendo Si. Abriendo manos para dar cualquier cosa. Escuchando en cualquier momento. Sabiendo llorar o reir junto a quien lo necesitó, a cualquier hora. Entregado a su barrio, a su pueblo, a su patria a cambio de nada. Entregado sin límites sin llevar la cuenta ni esperar nada. Entregado al universo entero con todas sus constelaciones, planetas y estrellas.
Y un día cualquiera dijo No. El mundo continuó su camino sin percatarse de nada. Como si nada hubiera ocurrido.
Sin embargo se bien que aquel día las musas lloraron sin parar. Desde entonces lloran cada noche de luna llena. Vierten sus lágrimas al mar, sin que nadie se percate, sin ruídos, sin estridencias, sin llamar la atención.
Ahora comprendo que el mar será siempre salado, irremediablemente.
El vecino del 4º
posdata: sueño con un mar dulce como el almibar, dulce como tus besos muchacha de ojos de luna.-