Estos recientes días pasados los que vivimos en ciudades grises y anónimas escapamos de ellas buscando no se sabe qué. Yo también me dispuse y sin pensarlo dos veces me vi improvisando una maleta para salir con lo mínimo. Tenía también unos días de vacaciones. Ya está bien de mirar desde una ventana, de pisar asfalto y estar pendiente del porcentaje de polución cada día. Ahora quería pisar tierra, oler tomillo y buscar en el cielo las últimas grullas.
Como si alguien desde el cielo o el infierno quisiera aguar la fiesta a tanto urbanita cambió el sol radiante del primer día de vacaciones por un viento infernal y una bajada de temperaturas inusual para estas fechas. Pero aquí, dónde yo pensaba que terminaban mis días de placer, sol y olores, empezó lo mejor.
En la vieja casa en la que me refugié de repente la chimenea pasó a tomar interés y protagonismo para mí. La vieja madera de encina que en un rincón se amontonaba se transformó y tomó vida propia. De ser un amasijo de madera reseca e inerte pasó a ser una bola de fuego intenso con colores infinitos que se entremezclaban con un olor intenso que me animó al instante. A medida que pasaba el tiempo la llama dejaba paso a unas brasas de color anaranjado y amarillento intenso. Así mantuve el fuego varios días. Las cenizas poco a poco iban haciendo una cama suave alrededor como un edredón para el fuego. De necesitar pisar tierra y buscar campo solitario pasé a estar cerca del crepitar de las llamas, del chisporroteo del fuego. Saltaban como pequeñas estrellas de fuego. Un ligero humo dibujaba figuras irreconocibles y la imaginación alentaban viejas historias. Acabé concentrando el bloc de notas, las cartas para el solitario, el vino y el queso de oveja, junto a algunas frutas y frutos secos. Es como si me hubiera decidido a atrincherarme allí mismo para el resto de días. Huyendo del viento salvaje y de la temperatura hostil. Con una agradable sensación de no necesitar nada, sentado en una confortable silla, con las mejillas sonrojadas el mundo pareció detenerse por unos instantes.
De repente entre el rojiazul del fuego y la oscuridad de la noche, de entre el humo lento surgió ella. Todo resultó inexplicable. Desnuda, exuberante, tersa, con una piel dorada del fuego y unos ojos penetrantes del más allá. Mordió con suavidad mi labio inferior. Su mano sobre mi frente quedó marcada en toda su amplitud. Nunca había probado el fuego tan cerca. Me miró de frente, su dedo índice sobre sus labios para evitar que dijera nada. Un solo soplido y allí me encontraba sobre una silla centenaria, desnudo, frente a una diosa del fuego y las sombras. Ni en sueños había encontrado un sabor tan intenso que aquellos besos.
El sudor, el fuego y los gemidos se mezclaron con la noche cómplice. El placer saltó más allá de los sueños. Cuando todo terminó y abrí al fin los ojos. Alcancé a ver su espalda, cada uno de sus lunares me resultaban ahora muy conocidos. Muy deseados.
- Qué bien te sienta el fuego . Pensé que estabas dormido cuando me senté sobre ti. Sólo quería darte un susto. Pero ha sido mucho mejor que todo eso. Cuando volvamos buscaré un pisín con chimenea.
Cuando hago el amor sueño. Cuando sueño hago el amor. Cuando no puedo dormir o hago el amor o escribo. La noche había empezado bien, un agradable sabor dulce en mis labios, acaricié su espalda ardiendo aún, mis labios sellaron con un beso su deseo. Buscaremos una chimenea en la ciudad para tener humo, brasas y fuego. Arrojé unas ramitas de lavanda al fuego. Abrí en dos, con las manos, una naranja y el silencio volvió a entremezclarse con los olores de la naturaleza.
Quiero encontrar todo esto en mi ciudad. Sé que aún es posible.