
El humo del garito esta noche está más cargado que otras veces. En realidad todos los garitos, por definición, siempre están cargados por demás. Y siempre la última vez que entro en uno me parece más cargado que la anterior. Parece que todo el mundo está hablando pero en realidad las conversaciones, creo, que son insulsas, falsas, superficiales. No van a ningún sitio. No son conversaciones. No se habla. Son excusas para todo lo demás. En resumen y en definitiva para el sexo.
En realidad me fijo más en cómo se mueve la gente que sobre lo que están hablando. Y hablar, hablar parece que hablen mucho, pero en realidad hablan poco, en algunos casos no hablan nada, en cambio, siempre, se mueven demasiado. Son movimientos lentos, de ataque, de acercamientos. De fuga. La fuga en Do menor siempre es especial. Movimientos con las manos, con las miradas, a veces actúa el cuerpo entero. Muchos son movimientos finos y sutiles, casi imperceptibles, pero siempre son movimientos de acercamientos de ensayos-error. Pruebas previas a encuentros fugaces. Así es la noche en cualquiera de los miles de garitos que hay en mi ciudad. Amo tanto este tipo de garitos, con la misma intensidad que los detesto. Pero cuando pasas una semana intensa de trabajo, o de estudios, o de soledad en tu casa, en tu trabajo, o en tu universidad. Cuando sales de tu entorno, sola o con más gente, el cuerpo se te dispara y acabas siempre en un garito. Hay también quienes acaban en la luna. O más allá del infinito. Yo les envidio y les acepto. Yo, lo reconozco soy más normal pero no me disgusta.
Hoy, he llegado como otras noches acompañada de un puñado de amigas y amigos. Al poco tiempo el grupo se ha dispersado. Unas andan en los lavabos retocándose siempre las mismas cosas. Otros esperan en la barra y devoran con los ojos sus posibles presas. Yo bebo agua mineral de esa botellita que siempre llevo en mi bolso. Mis labios se humedecen poco a poco mientras doy pequeños sorbitos. A lo lejos aparece un tipo de la nada. De apariencia agradable. Se le ve a la legua que cuida sus detalles personales, va limpio, cómodo, elegante pero sin estridencias de ningún tipo. Rasgos suaves, manos delicadas y ojos limpios, mucho más limpio que el aire que respiramos desde luego. Me invita a salir fuera a tomar aire y no me niego. Lo necesitaba ya.
Nos presentamos desde una distancia de cortesía. Hablamos y hablamos como si nos conociéramos de siempre. El se acerca y ase aleja con pequeños saltitos. No quiere aparentar ser cazador ni demostrar debilidad y miedos ancestrales. Me huele a nuevo. Me suena a sincero. Noto como mi cuerpo pudiera estar empezándose a preparar para acortar distancias. Mi interior se mueve y se templa poco a poco. Sin prisas. El no fuerza nada. Todo me está sabiendo a dulce.
De repente. Como si ya nos lo hubiéramos dicho todo. El tipo me mira con ojos de cordero degollado pero hay algo en él me hace que siga estando en estado de alerta. Se me acerca al oído y me dice unas palabras en voz bajita:
- Tu chupas la polla???...
- Perdón?...-contesto anonadada-.
No puedo creer lo que apenas he escuchado. Mi cara de asombro no hace que se estremezca. Al contrario. El tipo me da una explicación.
-Sí, que si te gusta chupar la polla. Que si eres de las que la chupa o no?... Mientras hablábamos, primero pensé en invitarte a casa, a dormir, es de la única manera que podría verte de nuevo para el desayuno. Creo que tu belleza de mañana debe ser increíble y no quería perdérmelo. Mientras pensaba en todo esto. De repente se me vino a la cabeza la pregunta. Dime. La chupas o no?...
Me di la vuelta sin contestar nada, logicamente. Tome el primer taxi, que por suerte pasó en ese instante, menos mal. Tomé aire antes de decirle al conductor:
- A Mártires Concepciones número 18. Por favor.
Pensé que la noche para mí había terminado. Procuré no moverme en el trayecto. No pensar en lo que me había sucedido. Ni pestañee. Ni me molesté en despedirme de mi gente. Envié un mensaje múltiple: “Me ha surgido algo. Nos vemos gente”. El taxi pasó cerca de Ventas, unos amantes retozaban sobre una farola a oscuras. Madrid puede gastarse millones en túneles, pero no repone una bombilla de seis euros en mi barrio. Comprendo que a los amantes no les importe, a mí me indigna.
Ya en la cama respiro profundamente. Uno de mis dedos comienzan a jugar con la frontera de mis sueños y mis recuerdos. Suavemente. Sin darle importancia. Mi cuerpo estaba preparado. El muy estúpido se lo ha perdido. Respiro para cerrar más que nunca mis ojos. Suena delicadamente el timbre de mi puerta. Sin miedo me levanto. Le conozco de otras veces. Es mi vecino del cuarto. Sé que no viene a por sal ni a por azúcar. Hace tiempo que es como si oliera mis derrotas, mis desencuentros. No me pide explicaciones. Yo no necesito contarle nada. Abro, sin mediar palabras él cruza el pasillo, se sienta al fondo sobre mi cama. Espera que me vuelva a acostar. Me arropa. Me besa en la frente y abre su libro de relatos. Mientras me sujeta una de mis manos lee en voz alta su último texto. Su voz delicada se desliza en el aire. Siempre le doy la aprobación con un gesto de mis ojos. Le escucho atentamente. Mi otra mano se pierde entre las sábanas de raso. Buscándome mi centro sensitivo. Su voz resuena por toda la alcoba. La luz de la ciudad es hermosa, las musas están por todos los rincones. Es la hora de la fantasía y de los amantes secretos.
Se que mañana me levantaré con un dulce sabor en los labios. El día será el mejor de mi vida, como otras veces. Sobre los cristales de mi ventana mi vecino dejará escrito un pequeño verso con el carmín que tanto le gusta. Lo primero que haré será desayunar para salir a comprar un ramo de flores.
El vecino del 4º