martes, 23 de marzo de 2010

Santa María de los Caballeros.-




Era mediados de Enero de mil seicientos setenta y tantos, una mañana de esas de escharcha blanca y un frío penetrante y helador, a muy tempranas horas, las calles apenas se dibujaban entre el hielo, la niebla y el silencio de una ciudad que aún dormitaba.
Don Diego de Vistabuena de las Fuentes, Don Fernando de Alvero Mayor y Carlos Rodriguez Sánchez llegaron a la Villa y Corte de Madrid, tras la última de las guerras en la que participaron juntos.
Venían a recuperarse de sus aún abiertas heridas, con la idea firme de tomar caldo de huesos varios, buen queso curado de la Mancha, más lomo y jamón traído de Salamanca. No faltaría tampoco el vino envejecido en barrica de roble y el aguardiente gallego. Si a eso se le añade buena y limpia cama, curas diarias de esas carnes mal cosidas y por las noches, aunque fuera a la pata coja y madiciendo molestias y dolores, la visita inevitable a las tabernas de Cuchilleros y sus alrededores. Los caballeros bebían y retozaban con mozas lozanas, de buen ver y mejor palpar.

La cosa no iba mal. No deberían quejarse, en pocas semanas estarían preparados para seguir defendiendo la noble causa de la Casa Real.

Pero si la guerra de la que venían había sido terrible y como para olvidarla, entre vinos, risas y juergas, no menos cruel y tétrica era la situación que se vivía en Madrid.

Hambre continua entre la plebe, conatos de revueltas y pillajes permanentes, algunos brotes de cólera y algo de lepra. La tuberculosis y la sífilis eran comunes y reincidentes. La viruela también se cobraba vidas. Todo un espectáculo esperpéntico.

- Se nos muere la plebe Don Diego, se nos muere.

Solía decir Don Fernando, y de seguido sin esperar más detalles contestaba el de los Vistabuena.

- Algo habrán hecho, que recen y cuiden de su alma.

En esas, Carlos callaba, no tenía linaje y fue en la guerra donde adquirió galones, prestigio y reconocida capitanía por méritos propios, a golpe de daga y lanza. De hecho cuando Don Diego y Don Fernando sacaban a relucir su origen noble y de sangre azulada, a Carlos se le enredaban las tripas, hasta formar un nudo en la garganta, casi rechinaba los dientes y procuraba no mirarles a los ojos.
Si aún continuaba con éllos, era por obedecer la orden directa del Rey. Más que una orden era una amenaza real.

- Carlos te nombro caballero y Capitán, pero has de cuidar hasta el fin de tus días, de estos mis parientes lejanos. Don Diego y Don Fernando son tu salvaconducto para que nada te falte de ahora en adelante.

-Como vos digais Majestad.

-Muertos ellos en combate, tu cabeza rodará al instante.

Aquella noche, bebieron más vino del aconsejable, habrían pasado ya casi dos semanas. Y los cuerpos aguantaban más de todo.

-Diego, que digo yo, que si nos vamos de esta infecta cloaca.

-A dónde pues?...Tu dirás Fernando.

-No procede Carlos de una pequeña aldea tranquila???...junto a los montes de Gredos???...

-Eso essssss!!!!...Allí podríamos terminar de reponernos.

-Una buena bolsa de monedas de oro, caballos de refresco y sin prisas con el tiempo.

-Carlos, cuál era el nombre del lugar donde mal te criaron de pequeño???...

-Santa María, junto a Barco de Ávila, unas cuantas jornadas a caballo, pero bien abrigados y bien de dinero, no hay mayor dificultad.

Pero algo debió de pasar en el camino, que aún hoy pasados los cientos de años, queda por desvelar.

Parece que esa misma noche marcharon a caballo, entre tragos, risas y buena comida, varias posadas, fondas y ventas de camino.

Un martes 7 de febrero, de mañana de niebla cerrada, en tierras de Santa María encontraron a Don Diego y Don Fernando, sin cabezas, sin armas, sus caballos atados a un viejo roble. Y nada se supo jamás de Carlos. El rey impuso dia de luto en la corte y una semana en la aldea, mandó cambiar, por decreto real, el nombre y desde entonces pasó a denominarse Santa María de los Caballeros.

Allí mismo quedaron sus cuerpos, enterrados e incompletos.

Pasado un tiempo a Carlos, la plebe, le escribió una canción que se cantaba en secreto.

"El buen Carlos del pueblo llano

en Santa María de Ávila

rebanó las cabezas

de Don Diego y Don Fernando.

El Rey lo buscó entre sus huestes

entre los nobles y los mundanos.

Si Dios no le dió cobijo

en el infierno encontró escondrijo.

Pasado un tiempo infinito.

Ni el cielo, ni el Rey ni la Iglesia

encontraron sus cabezas..."

El Vecino del 4º

Posdata: Que el pasado no se parezca al futuro...





sábado, 13 de marzo de 2010

Homenaje a Miguel Delibes.-




Con más años y más memoria de los necesarios, con el cuerpo derrengado por el paso del tiempo pero la mente, los sueños y la fantasía vivos como siempre. Hasta el último momento. El maestro Miguel Delibes solia salir a respirar aire puro, si es que aún existe en alguna parte, solía salir cada vez que sus pies se lo permitían. Hasta el final de sus días supo pisar el barro de los caminos para poner su mirada sabia y profunda en cada detalle que le rodeó. Primero ponía su mirada, y tras ella le seguía su pluma que arañaba esos papeles en blanco, uno tras otro hasta montar un historia llena de detalles y personajes increibles.


No solía fijar la mirada en el vacío neón, ni en los diamantes cada vez más enormes, cada vez más pulidos. Tampoco puso su mirada en un lingote de oro del tamaño de una tableta de chocolate. No rebuscó entre marcas afamadas para los ricos y los nuevos ricos, esas absurdos logos que, supuestamente, otorgan a quien los usa diariamente en sus vestimentas un halo de clase, prestancia y prestigio. Necesitan marcar el terreno y diferenciarse del resto de los mortales.

Miguel tampoco se prodigó en el mundo de la farándula y el noctambuleo entre esas cuadrillas de intelectuales-famosos y afamados que necesitan permanentemente "autopublicitarse" para demostrar que son los mejores: mejores que todas las generaciones anteriores y las futuras.


Miguel fue un maestro en las letras, sencillo y discreto, cultivó a lo largo de su vida una larga lista de personajes con los que muchos lectores: estudiantes, obreros y obreras, amas de casas y arquitectas, políticos de uno y otro bando y toda clase de gentes, saboreamos momentos muy especiales.


Por mis venas corre la sangre de varias generaciones de un pueblo, de una tierra, que no olvidará que un día escribió "Los Santos Inocentes", sólo por citar uno de sus libros.


Hoy Azarías y su "milana bonita", vuelan en mi memoria con una fuerza mágica.


En el horizonte, el sol comienza a ponerse en este día gris, mi vista alcanza más allá de la ciudad en la que vivo.

El asfalto llora sin que nadie se percate. Las farolas, aún apagadas, escarban bajo sus pies como si quisieran marcharse de la ciudad.

A las fuentes se les atragantó tu ausencia inesperada. Los amantes y las musas no saben qué hacer esta noche.


Te recordaremos siempre Miguel.


- Milana bonita.



El vecino del 4º

viernes, 5 de marzo de 2010

Año 2569.-





Ahora que por fin todo parecía fácil, tras irse buscando en el tiempo de reencarnación en reencarnación, las cosas tampoco parecían sencillas.
La primera vez que se cruzaron de cerca fue allá por el 850 a.c., él era un cazador en algún lugar de sistema montañoso Ibérico, ella una simple gacela, que al ver como sus ojos se cruzaron un solo instante, supo que se volverían a ver. Pasaron unos trescientos más, él esta vez sobrevolaba una cordillera andina, ella buscaba pasto seco para encender el fuego y asar algo de carne, no muy fresca. La sombra del cóndor, dibujó un enorme corazón sobre el pasto más reseco. Aquella noche el fuego ardió con más fuerza que nunca, ella se durmió mirando el cielo, no habló con nadie del grupo.
Ya en la edad media, volvieron a verse. Ella, una noble con un nombre impronunciable, al Sur de Francia en la comarca del Loira, vivía en un castillo infinito, entre los pasillos a oscuras un atardecer pudo alcanzar a ver cómo llevaban a rastras a un plebeyo. Se había negado a pagar el diezmo y la sentencia se dictó sobre la marcha. Su cabeza rodaría como una manzana con mucho público. Sus ojos, a lo lejos se volvieron a cruzar cuando él se alejaba hacia la infecta celda. Entre la rabia, de él, y las lágrimas contenidas de ella. No volvieron a verse hasta 1920.

El tocaba en un viejo antro de Chicago, negro azabache como la noche de los tiempos. Una piel brillante como las estrellas, unos ojos clavados en su saxofón y unos dedos que se movían como el agua que cae de unas cataratas invisibles. Ella, una joven y tímida vendedora de cigarrillos, blanca como la luna, exuberante y tersa como una granada a punto de abrirse. Al finalizar la actuación, el compró un puro, como todas las noches.
- Nena, dame uno de esos puritos. Me fumaré todo hasta el final. Sin abrir los ojos, pensando en tus caderas.
- Como quiera maestro. Su música me llega muy dentro.

Año 2036.Una oficina en la luna, recién abierta. El Capitán, llama a la subteniente y nervioso, le cuenta su último sueño.
- Desde que inicié esta misión, el mismo instante en que nos vimos por primera he tenido pesadillas. Estoy seguro que nos conocemos de algo. Sus ojos, su mirada ... me superan.
- No se preocupe, estas cosas pasan en el espacio. Necesitamos un tiempo para aclimatarnos tras la última misión. Pediré que le hagan un análisis onírico.

Por supuesto que se volvieron a ver, en diferentes ocupaciones, en diferentes oficios. En unas ocasiones se intuían, otras se presentían, la mayoría por el olor se reconocían aunque la distancia fuera grande. Cada vez coincidían con menor espacio de tiempo entre un encuentro y el siguiente.
La última ha sido hoy mismo, 14 de abril de 2569, en un desierto estelar, en alguna parte de alguna galaxia, tal vez en la misma tierra, pero tan desconocida, que ni parece el mismo lugar de siempre. No sabría decir.
Sólo que hoy, claramente, habían unido sus manos, sus labios abiertos como el infinito, sus pieles humedecidas por los sentimientos, sus deseos mezclados con todos esos años de encuentros y desencuentros. Dispuestos a amarse, al fin, como el fuego y el oxigeno que lo aviva y encrespa todo.
Sin embargo, bajo sus pies la tierra se abre, los cielos se agrietan, las aguas, el hielo y la arena de los desiertos se han mezclado en pocos instantes. Como si un nuevo fin del mundo naciera ante sus miradas repletas de deseos infinitos.
El azar, el tiempo y los sueños volverán a permitir un nuevo reencuentro. Apenas, les dio tiempo a balbucear.
- Amor, nos vemos.
- Nos vemos.

El vecino del 4º
Posdata: estoy seguro, que se verán, que se vieron muchas otras veces, el tiempo es un infinito círculo, sin principio, sin final, pero con sueños eternos dibujados en el viento.
5 marzo de 2010