Se cruzaron sus miradas mientras ella pedía zanahorias, limones y unas patatas, pequeñas, de las de cocerse enteras y con piel para después incorporar a una ensalada.
El esperaba su turno, como si estuviera en otro lugar, mil kilómetros más allá de una conversación, que le parecía como siempre, aburrida, lenta y endiabladamente repetitiva. Parece que siempre se habla de lo mismo, y la gente no se cansa. Aunque al mismo tiempo, siempre se esté pensando en otras miles de cuestiones.
No llega el otoño este año, y cuando llegue nos quejaremos todos. El gobierno tiene la culpa de todo lo que pasa, incluso de lo que vaya a pasar, o de lo que aún no ha pasado. Qué poco le importaba todo lo que escuchaba, sin interés, aquella mañana entre las coles, las lentejas y las manzanas.
Ya en la caja, sus manos se rozaron un sólo instante. Un roce expectacular, como si quedaran atrapados por la epidermis.
Salieron juntos, ella terminó primero, a él le sonó el teléfono y con gestos rápidos avisó al frutero que más tarde volvería. Fue lo único que se le ocurrió para ir tras ella. Además, con gestos un tanto atropellados también, la indicó que la acompañaba que iban en la misma dirección, que le dejara unas bolsas y así repartían el peso. Todo un detalle. Cortó la conversación del móvil sin darle mayor importancia.
-Bien, nos vemos esta tarde, adios, tengo cosas que hacer.
Vivían en la misma calle, alguna que otra vez, habían coincidido por el barrio, en la fruteria, en el quiosco, en el bar de la esquina. Pero nunca se hablaron. Ahora subían por la misma escalera, y antes de entrar en su piso las lenguas se enredaron como si nada ni nadie pudiera separarlas, allí mismo, en la puerta, sobre la alfombra, de ella, que tenía una luna guiñando uno de sus ojos.
Las manzanas rodaron por el suelo, nadie las prestó atención... El rellano del tercero olía a manzanas y mandarinas. También a sexo rápido como la luz. El cerró los ojos buscando sus pechos con una de las manos, con la otra aún sujetaba la bolsa con espárragos y setas tiernas. Cerró los ojos buscando más allá de las telas y los deseos. Buscando ese placer infinito que cada inesperado encuentro sexual ofrece. Saboreando hasta el último instante ese sabor dulce del sexo precipitado y urgente.
- Eh????...amigo...te dije que te gustaría el kaqui, está en su punto???... No es neceario que cierres más los ojos, no disimujles, ella ya se ha ido hace rato. Si no te conociera, se diría que te has quedado ido y que ella te vuelve loco ... Te pongo lo de siempre o no???... Anoche volviste a acostarte tarde???... llevas una vida, que más quisera yo. Pero no estoy seguro que le des al sexo todo lo que necesitas.
- Sí, sí...el kaqui está tan dulce como uno de los mejores besos, sin lugar a dudas ...ponme lo de siempre. Ella???...dices que se ha marchado...quién es ella???...
- Ya, ya...
Como tantas otras veces ella había escurrido el bulto. Sin ser descortes, pero distante. Ya no estaba. Llegó a su casa, dejó las bolsas en el pasillo, cerró la puerta y todas sus cerraduras, se sentó en el sillón del salón. Cerró los ojos, se mordió el dedo indíce y una de sus manos la pasó por el centro de sus deseos. Lentamente. Como deseaba dejarse arrastrar por el tipo que se quedó esperando turno en la frutería, mirando al suelo como un adoslecente tímido y sonrojado. Pero no quería parecer una buscona. Sabía que era cuestión de saber esperar. Sin embargo llevaba varios días de abstinencia y no pudo evitarlo. Cerró los ojos y pensó en él mientras sus dedos jugaron hasta el final.
Mientras, el pagó sin rechistar. Se despidió, llegó a casa y colocó toda la fruta mientras sonaba Louis Armstrong a todo gas. Se sentó delante de la agenda y no supo a quién llamar.
El día en la ciudad no tenía nada de especial, el humo gris dibujaba musas y vírgenes insaciadas sobre el horizonte. Mientras, los perros del barrio buscaban por las esquinas las pistas que aún recientes olían a todo lo que un perro necesita. Los pensionistas miraban de reojo a las jóvenes que paseaban, también a las viudas más apetecibles. Los camiones que paran en la zona para la descarga, se amontonan por momentos, traen más alcohol para un fin de semana que se presiente con sabor a fruta fresca.
Posdata: a veces cuando miro desde mi 4º piso y veo todas estas pequeñas historias...me dan ganas de gritar al mundo que vale la pena dejar los discursos inacabados de lado y centrarse en vivir, al menos, un pequeño sueño al día...aunque sólo dure unos instantes...aunque no vuelva a repetirse nunca más...
besos desde el otro lado de la luna...
desde el otro lado de la ventana...