miércoles, 14 de abril de 2010

Tronera endiablada...



Tómas F. Bloom, había aprendido a jugar al billar desde pequeño. Vivió en cientos de sitios diferentes, siempre de paso. Sus lugares preferidos para jugar era en cualquier antro, de esos de carretera, entre Texas, Arkansas o Luisiana.

Cuando su padre bebía más de lo conveniente le tocaba a él continuar la partida. Las primeras veces que perdía las partidas su padre le pegaba y le dejaba sin comer ni beber dos o tres días. Así pasó su infancia, y parte de su adolescencia, hasta que un día a su padre le atropelló un camión al intentar cruzar una carretera, con más cerveza en el cuerpo de la podía soportar, y apartir de ahí comenzó su propia historia, también de jugador de billar. Único oficio. Único deseo.


Tómas F. Bloom, ya de mayor era delgado y alto, desconfiado y solitario. Apenas hablaba con nadie ni tenía amigos. En realidad se parecía a su viejo taco de madera oscura con incrustaciones de marfil blanco y brillante. No perdía jamás una partida. Vivía de las apuestas, pero procuraba ganar sólo lo justo par vivir diariamente. Solía decir, mientras escupía tabaco al suelo.


- Vivo del billar, el taco y las bolas, pero jamás me haré rico. No es mi meta en esta vida. Mi meta es jugar una partida en el cielo con Dios. Me han dicho que es el mejor en todo.


Al terminar la noche, cuando había conseguido para comer, dormir y muda limpia par el día siguiente. Enfundaba su viejo taco y desaparecía con wiski suficiente para dormir profundamente hasta la próxima partida.

Aquella noche de un caluroso verano eterno, Tómas rompió algunas de sus reglas de oro, y que siempre le habían dado buen resultado. Se dejó embaucar por una bailarina de enormes pechos y manos muy ligeras. Bebió durante la partida. Se puso fanfarrón y blasfemó, en voz alta, más de la cuenta.

Mirando al cielo, cuando a pesar de todo, parecía que ganaría la partida. Apagó el cigarro dentro de la botella de cerveza de su adversario, señaló con su dedo índice el recorrido de su última bola y marcó la tronera por la que había de colarse la bola negra con un escupitajo certero.


- Y si no entra....Ohh...Belcebú....Llévame por la tronera para siempre!!!!... Jugaré contigo en el mismisimo infierno para siempre!!!!...


Cuando el Sheriff, interrogó al dueño del local y a cada uno de los que aquella noche allí estuvieron. No supo qué escribir en su informe. En todo caso, jamás se encontró su cuerpo.

Demian, el responsable de la comisaria, finalmente, se negó a transcribir que todos los testigos juraban y perjuraban que se lo había tragado la tronera. Consta, simplemente, como desaparecido, caso no resuelto, uno más de tantos.


En el bar de carretera de aquella comarcal tejana, la 727-T, kilómetro 619, puedes parar, tomar cerveza bien fresca y cuando miras a la pared y ves el estuche y el taco con las siglas T.F.B., el bello se te eriza, como si un resorte invisible se te disparara dentro.


El eco de las viejas bolas de billar, mezclado con la música Cauntri eterna, hacen que procures olvidar todo lo que se te pasa por la mente.



el vecino del 4º



posdata: cuando mastiques tabaco, procura que no salpique a nadie, ni siquiera a tus propias pesadillas...

martes, 6 de abril de 2010

Leandro Guzmán.-



Leandro, caminaba con aire distraído cada vez que tenía un nuevo sueño. Pero además mostraba otras señales fáciles de identificar.

Si se rascaba la entrepierna, había tenido un sueño con una de esas casas-prostíbulos que tanto prosperan en las carreteras.

Si no dejaba de tocarse el bolsillo derecho trasero, del pantalón, donde siempre llevaba la vieja cartera de piel, el sueño había sido con el fisco.

Sin lugar a dudas. Sus toses entrecortadas y repetitivas, anunciaban que ese día también intentaría dejar el tabaco. Tenía un horrible sueño, cada siete días más o menos, en el que le extraían parte del pulmón izquierdo por culpa del "rubio" como el se refería al hablar del tabaco.

Pero aquella mañana, la cosa debió de ser distinta a otros sueños.

Se levantó, sobresaltado, mucho más empapado en sudor que en otras ocasiones.

Se tocaba la cabeza, se daba pequeños golpecitos como buscando la respuesta acertada. Sin duda, no sabía interpretar el último sueño.

Había soñado con una Musa, una de esas extrañas criaturas, que se supone que sólo visitan a escritores, poetas o pintores.

Él, Leandro Guzmán, un sencillo afilador, de los pocos que aún quedan, había soñado con una Musa y ella le vino a decir.


- Leandro, hombre de Dios. Deja de soñar para vivir sólo entre sueños. Vive!!! ... Vive la vida tal y como la sueñas...


Se daba golpes sobre la cabeza, mientras las palabras de la Musa resonaban como cascos de caballos que en el horizonte corrían despavoridos.


El vecino del 4º


posdata: interpretar sueños, ya es comprometido, interpretar lo que una Musa te dice en uno de ellos es como rizar el rizo en una oronda calva...