jueves, 20 de mayo de 2010

Ni uno más, ninguno.




Tenía que empezar por lo más sencillo. Se le ocurrió mirando desde su ventana, uno de estos días ventosos, dónde el sol se ha mezclado con las nubes, y un excesivo frío para un Mayo tan extraño. Como todo el mundo dice ahora, será culpa del cambio climático. Antes se decía que eran los dioses, que cuando hacíamos algo que no les gustaba, nos lanzaban su reprimenta o castigo en forma de granizo , plagas o cosas peores.
Nunca se había entretenido en contar los libros que tenía, pero seguramente más de mil. Novelas de todas las épocas, la mejor poesía del Sur y de poetas que viven junto al mar. Relatos, teatro, ensayos, diccionarios, encunables, primeras ediciones del XVIII, eso ya eran palabras mayores. Un hermosa colección de libros que heredó de su vecino. Don Alberto, cumplió casi un siglo, no tenía hijos y le dejó ese millar de joyas de todos los tiempos, todos los continentes. El en su interior se alegró de la herencia, los colocó como pudo en su pequeño piso y dejó pasar el tiempo. Nunca llegó a contarlos, para qué. Leía muy de tarde en tarde, pero en el fondo intuyó que ahí tenía un pequeño tesoro que procuraría ir desgranando en el tiempo, en lecturas cortas, pausadas.

Podrían ser incluso más de mil libros. Qué iportaba ahora. Envolvió, con prisas y algo nerviso , tres en un papel de periódico antiguo y se marchó dando un portazo. Vivir solo es lo que tiene, no es necesario dar explicaciones. Siempre se obtiene consenso.
Ahora caminaba calle arriba, cerca de una de las calles cercana a Carretas, ese centrico Madrid tan reconocido por todos.

- Buenas tardes Don Baltasar vengo a venderle tres libros de mi biblioteca. Yo calculo que costaron unos trescientos euros, mire usted las etiquetas, alguno incluso tiene puesto el precio. Usted me dice cuánto me da y no hay más que hablar.
- Por eso...diez monedas. Ni una más. Los almaceno en el trastero porque les tengo cariño, pero hoy día estas cosas no se venden.

- Adios Don Baltasar, eso es muy poco.

- Hasta otro momento. Que tengas suerte.

Es como si se hubieran puesto de acuerdo todos los buitres de la zona. Nadie le ofreció más de diez euros. Es más, fué el precio más alto. Uno, en un alarde circense macabro, dió un salto más allá que los demás.

-Precio estandar, un euro por libro. Es lo que hay.

A la semana volvió a la tienda de Don Baltasar. Y antes de que abriera la boca, tenía un billete de diez sobre el mostrador de madera.

-Es lo que hay. Hoy me he quedado ya sin monedas. Por eso te doy un billete de diez.

Atrapó el billete, tragó saliva , rebaba, profundos remordimientos y con los ojos crispados y el billete arrugado entre los dedos soltó a quemarropa.

-Adios, gracias. Es usted un hijo de puta, Don Baltasar.

-Y tú un puto parado.


Salió sabiendo que, más o más temprano, volvería. Compró dos cigarrillos sueltos en un quiosco, se tomó un café y cerrando los ojos buscó no pensar en nada mientras la primera calada de humo le entró hasta el alma, sin ninguna salida.



El vecino del 4º


posdata: Ni un parado más, ni uno parado. Ya. No hablamos del 5%.




domingo, 2 de mayo de 2010

alfombra mágica...



Hacía pocos días que había llegado de Túnez. Uno de esos viajes a los que se apuntó sin demasiado interés, sólo para tomarse un respiro y poder seguir trabajando como una máquina diariamente, como la mayoría de las veces más de 10 horas diarías. Turnos de locura, llamadas al móvil para atender a una urgencia, en fin... siempre pendiente de las incidencias, un auténtico esclavo de su trabajo.




Un típico viaje organizado, buenos hoteles, con spá y ambientes selectos, en algunos por las noches sonaba el piano al fondo como en Casablanca. Durante el día se dejaba llevar por el guía que no paraba de hablar pero apenas le hacía caso. En realidad estuvo casi todo el viaje como ausente, sólo necesitaba desconectar del mundo...


Y ahora estaba en su estudio de la Gran Vía, un ático pequeño, pero perfecto, en lo más alto del centro de Madrid, mirando aquella pequeña alfombra que compró en un mercado perdido de un pueblo que no lograba recordar su nombre.


Se sentó sobre ella, recordando que el vendedor le avisó una y otra vez que era una alfombra mágica, que tuviera cuidado con los deseos, que algunas veces se cumplen.


- Llévame al otro lado del universo, quiero poder dormir sin pesadillas ni remordimientos. Quiero no volver a tener que poner el reloj para despertarme siempre con prisas.


A Fernando nadie le ha vuelto a ver. En su estudio no encontraron huellas ni indicios de robo, ni siquiera habían revuelto nada. Solo encontraron su gato aullando y hambriento, las plantas sin regar desde hacía unos tres días...y la ventana entreabierta. Nunca más se supo de él. Ni contestó al móvil, ni a su correo electrónico.


La Gran Vía cumplió cien años, recién, estos días pasados , la magía de las ciudades como Madrid siguen conectando con las arenas de los desiertos lejanos y con las fantasías más profundas de gentes como Fernando que sin saber qué quieren, a veces cierran los ojos y piden, incluso más de lo que desean.



El Vecino del 4º


posdata: yo hace tiempo que no pido deseos, procuro vivir cada día como si fuera mi mejor sueño...