lunes, 24 de diciembre de 2007

El árbol de los deseos.-


El árbol de los deseos.-


...Como todos los años por estas fechas los bellacos se esfuerzan en ser mejores, los malvados apenas atinan a sonrreir a los niños pequeños, como todos los años los amantes por estas fechas hacen más veces el amor y con más intensidad. Como todos los años por estas fechas, sigo creyendo que las buenas gentes apenas hacen cosas diferentes al resto del año.

Desde mi ventana veo, como todos los años, el árbol de los deseos. Los sueños son las sombras de los hombres, nos acompañan desde los mísmos sueños hasta ese último de los suspiros.


Continúo viendo desde mi ventana, en el horizonte, un árbol de los deseos, con guirnaldas de besos, con gémidos de menta y fresa, con alarídos de placer y canela, con bánderas invisibles y sin fronteras, con discursos escritos en el aire con tinta de pasión y hierba buena. Un árbol, aveces, invisible a muchos ojos, pero que rodea nuestros secretos.

Como todos los años por estas fechas, las palabras se me hacen versos, los besos se me hacen letras, los gemidos son el camino, su cuerpo es mi vereda...

Como todos los años por estas fechas, la navidad me cabe en una vela, los deseos saltan de la cesta...



Felices fiestas vecinas/os...


Vuestro vecino del 4º

domingo, 16 de diciembre de 2007

Jugador de póquer.-


En mi edificio tengo de todos los estratos sociales como vecinos, uno de los que es más curioso por su oficio, sin duda, es aquel que todos llaman el jugador de póquer. Nadie lo ha conocido ningún otro oficio. Un tipo que vive bien. Viste bien. No le falta de nada. Un ser solitario que trabaja de noche y duerme, la mayor parte del día. Yo le suelo hacer el seguimiento de vez en cuando. A veces trae compañía y eso lo hace más interesante. De una edad imprecisa, no pasa de los cuarenta y cinco pero se cuida bien y digamos que podría pasar por menos edad, si a esto le añadimos que cuida estrictamente la dieta, que la altura está por encima de la media, que su rostro es favorecido por los cánones de estética actuales, o sea el tipo está bien. Y eso que yo de hombres no entiendo. Intento ser objetivo y aportar nada más que datos. Uno de esos solteros de oro, solitarios y difíciles de cazar. Debe de tener algún secreto.


Por las habladurías, con las cartas debe ser bueno, auque también cuentan que en alguna ocasión anduvo metido entre rejas, desde luego que no lo parece. Si pasó unos años a la sombra, además por culpa de una fémina, según apuntan, eso podría confirmar su costumbre de lobo solitario.


Esa noche él llego tarde, mucho, yo estaba apunto de irme a dormir pero sus movimientos me dieron que pensar y apuré unos instantes, lo suficiente como para ver algo curioso. Según llegó a casa se quitó la corbata y arrojó lo zapatos lejos como si le molestaran, la chaqueta la dejó caer en el suelo sin importarle si se arrugaría o no. Se puso cómodo. Por lo que estaba viendo no se disponía a cenar, ni a ver una película, ni a ordenar la casa. Abrió un mazo de cartas nuevas. Extendió el tapete verde para jugar a las cartas. Bajó la lámpara que había sobre la mesa. Todo hacía pensar en una timba de cartas, ilegal, por supuesto. Aquello me interesó. Esperaría los acontecimientos sin prisas. El sueño se me despejó y me dispuse cómodo y atento para no perder detalles. La mesa dispuesta, la música baja, él seguía solo. Quién vendría a jugar???.


De repente cuando todo parecía estar preparado, se alejó hacia su cuarto, supuse que llamaría a los invitados. Pero no. De repente apareció con una muñeca hinchable, la sentó, la acarició sin demasiado interés y sin mediar palabra comenzó a jugar contra ella. No comprendía nada. Partida tras partida veía como mi vecino perdía contra una muñeca que ni siquiera pestañeaba. Al comenzar la partida ambos tenían un fajo de unos tres mil euros, calculo yo. A medida que pasaba el tiempo él se queda sin dinero. No perdió la calma. No se inmutaba, ni le temblaban las manos, ni sudaba, tampoco se levantó de la mesa en ningún momento. Él, que fuera ganaba siempre, era su oficio, su modo de vida. En casa perdía la mayoría de las partidas. Hasta que se quedó sin un céntimo. Increíble. Incluso imploró la última partida, como si pidiera un préstamo, uno de esos pagares de juego que tienes que pagar más tarde o más temprano. También la perdió.


Al terminar la partida, sin decir nada. Apesadumbrado, fue apagando las pocas luces que quedaban encendidas, pude ver como se arrodilló para meterse bajo la mesa. La muñeca inmóvil con unos ojos perdidos, mirando al infinito. Ví como él tuvo que pagar de alguna manera aquella última partida perdida. Sin rechistar. Ella a cambio nunca le diría que la deuda estaba saldada.


El vecino del 4º

(fecha de edición anterior 18 Septiembre 2006)

domingo, 9 de diciembre de 2007

La Caja de Pandora.-




Os voy a contar un secreto. Ayer mañana abrí mi caja, sí, la temida caja de Pandora. Sólo un instante. El resultado no se hizo esperar, de repente como si me hubiera cambiado de mundo, de vida, muchas cosas dejaron de tener sentido. Tuve, al instante, esa sensación de tener uno de esos días en que no se sabe si vas o vienes. Como si, de repente, todo se me hubiera olvidado. No sabía si tenía que ir a trabajar, si alguien me estaría esperando. No recordaba dónde vivía. Quién era mi familia, mis amigos, mis vecinos. Siendo casi consciente de la situación se me escapó entre los labios:

- Qué diablos estoy haciendo yo aquí???. En una casa tan grande, sin nadie. Ahora mismo me pongo en marcha. Me marcho. Voy a comerme el mundo, hasta que me indigeste. Hasta que sacie este hambre que noto en mi interior.

El cuerpo me tiembla ligeramente cuando cierro la puerta y me dispongo a alejarme sin despedirme de nadie. Contoneo mi cuerpo sin preocuparme de los demás, unos curritos en la obra de la esquina dejan de trabajar al pasar a su altura, noto como huelen mis deseos, resoplan y se les hincha el pecho, se sonrojan y bajan sus miradas, no resisten que yo levante la mirada, que les mantenga ese pulso silencioso. Mis pechos marcan el terreno con una fuerza desconocida para mí. Erguidos, provocativos, a la espera de sus respuestas. El jefe de obra se acercan y como niños se alejan cada uno para un rincón. Se esconden como perros amedrentados. Me siento mojada por dentro, una sensación de triunfo hace que mi ojos brillen como el fuego.
Paro un taxi con el dedo índice. Con un gesto de aquí, a mis pies. El taxista no se hace esperar a los pocos minutos me insinúa que paremos en el motel de carretera. Yo más atrevida le digo que si quiere desahogarse ahora mismo, si se atreve a probar la fruta prohibida que pare en el anden. A continuación bajó la mirada, sumiso y dócil como un gato, pisó el pie del acelerador y me volvió a recordar el lugar dónde me llevaba. El resto del trayecto no pudo cruzar su mirada con mis ojos, no volvió a decir nada. No habló ni siquiera del tiempo.

Aunque la aventura me pareciera un solo segundo. He debido recorrer muchos kilómetros. Está anocheciendo. El taxista ha parado al instante a mi voz de mando.

- No de más vueltas. Es aquí. Sabrás que no vas a cobrar nada. Si abres la boca, me voy a la comisaría mas cercana. Adiós. Hasta nunca.

Antes de que pudiera reflexionar sobre todo lo que me estaba ocurriendo, sin saber muy bien cómo, me encontré subiendo por unas escaleras. El cuerpo me estaba llevando hacia un cuarto piso de un lugar desconocido. El cuerpo me ardía. Los deseos más ocultos corrían por mi mente sin ningún tipo de control. Me imaginaba, de repente, atada a su cama, me devoraban unos labios carnosos, las piernas me temblaban. El cuerpo se me erizaba por momentos. El olor de la lascivia y la carne me aceleraba las pulsaciones de un corazón que no podía controlar. La fragancia de la lavanda, mezclada con rosas y miel estaban cerca, incluso el olor de unas velas que me esperaban encendidas como mis deseos.

Llegué a una puerta que había visto mil veces en uno de mis sueños más inconfesables. No estaba cerrada. No tuve que llamar. Miré el picaporte y lentamente empezó a entreabrirse. Mis pies descalzos, en algún momento debí tirar mis zapatos, me conducían por un pasillo infinito. Una alfombra de pétalos rojizos a mis pies, unos suspiros que se escuchan, unos jadeos que me invitan a cerrar los ojos, mi interior está tan ardiente que noto como voy dejando el rastro de mis deseos por donde paso. Me paro sin saber por qué. Cierro los ojos y entreabro los labios. Un beso de azahar, menta y poleo me lleva hasta uno de mis secretos mejor guardados. Al fin encuentro esos labios. Mi sueño me ha buscado. Mis pies se han dejado guiar. Mis deseos cabalgarán sin rienda, sin pudor, sin fronteras que los detenga.
Mañana poco importa si recordaré algo de lo vivido. Mañana tampoco me preocupará que todo haya sido, tal vez, un sueño. Un deseo.


El vecino del 4º