martes, 22 de septiembre de 2009

Sorpresa




Llevaba días sin esperar, que con esto de la crisis, se alquilara el piso de enfrente. Una puerta que al otro lado no tiene nada es como si se quedara sin vida. Pierde el color, envejece y se agrieta sin remedio. Pero esta mañana, ni demasiado tarde ni demasiado temprano, ha sonado el timbre de mi 4º. He supuesto que podría ser un vendedor de cualquier cosa, el conserje a contarme la última del edificio o una denuncia, vete tú a saber...


De repente al abrir la puerta la encuentro allí. Una musa, una belleza especial, un cuerpo que ni en sueños había visto jamás. Mi nueva vecina, la puerta de enfrente entreabierta, ella señalándola como dándome a entender que ya estaba habitada y yo como un perfecto idiota sin decir una sola palabra. Tal era la sorpresa que me convertí en una escultura de sal y plomo.


No era para menos. Estaba desnuda, sin nada de ropa, sin pudor, sin ruborizarse. Apenas si levantaba uno de sus piececitos como pidiendo cobijo en mi piso.


- Bueno vecino, he querido saludarte, algo ya me ha contado el conserje. Ya sabes habla sin parar, pronto me he puesto al día.

- Ya, si claro, apenas pude valvucear como si ni si quiera supiera hablar.

- Y bien, anoche me dije, dormiré desnuda, me levantaré ardiendo como casi todos los días, y en lugar de llamar a la puerta del vecino para pedir azucar, me ofreceré como mi madre me trajo al mundo.


Allí estaba, desnuda y con unas flores dibujadas en su cuerpo. Una flores en blanco y negro, dibujadas con un pincel y con cocholate de ambos colores.


- Bueno qué me dejas entrar???...


Definitivamente, no pude decir nada, pasó como si fuera un sueño que aún no he tenido, como si se me hubiera adelantado al próximo reto. Cerré la puerte, me aseguré que el teléfono no sonará. La música de Bob Marley sonó de fondo y mis labios recorrieron su piel milímetro a milímetro hasta saciar sus deseos y saciar mi sorpresa por completo.


Al despedirse sólo me dijo.


-Tenemos un conserje que es un cielo.


Levanté la mano, extenuado, con un sabor dulce en los labios. Supuse que no era un adios, sino un hasta otro momento. Dormí perdido entre las sábanas arrugadas, húmedas y con su aroma inconfundible.


El vecino del 4º


Posdata: cuando lo no imaginado supera con creces los mejores sueños o deseos y llegan así de repente...es mejor no contarlos....







martes, 1 de septiembre de 2009

De vuelta...

















Tal vez llevaba demasiado tiempo instalado en mi 4º piso, sin salir a ninguna parte, sin perderme entre los callejas de cualquier ciudad, ni lejana ni próxima. Ultimamente, ni si quiera me había molestado en dar una vuelta por los alrededores de mi viejo barrio.


Si, tal vez demasiado tiempo, mirando al horizonte, desde mi ventana virtual, invisible e imaginaria . Demasiado tiempo entre las plantas, procurando que no se secara ninguna, entre los personajes y los papeles que saltan cada dos por tres de entre las cortinas, las sábanas y los sueños de mi minusculo piso. Por eso cuando programé una escapada, un viaje de esos que son necesarios para seguir viviendo de nuevo en mi 4º piso...reconozco que tenía mis dudas. En fin, esta vez la idea era salir de Madrid, llegar hasta Budapest y entre medias y a la vuelta pasar por Viena, Venecia...en fin... unos cuantos kilometros en coche.


La cosa fue sencilla, nada de programar nada. Todo improvisado. A lo que diera la carretera, a lo que diera el cuerpo. Mochila, mapa, algo para llevar a la boca y patear la calle. Hacía años que no corría por esas carreteras de la vieja Europa sin pensar demasiado en los puntos, las normas, lo calculado y en todo lo demás. Sin más, pisé el acelarador y la memoria se puso a cero. Ahora se trataba de empezar a ver para vivir, para después volver a imaginar.


Primero empecé haciendo fotos a todo lo que se movía. También, como no, a todo lo que estaba quieto en los últimos quinientos años y me impresionó por alguna razón. Esos edificios silenciosos y bien o mal cuidados, pero que todos guardan cientos de secretos, intrigas y lios tremendos de faldas.



Empecé la ruta durmiendo en hoteles de cuatro estrellas, donde siempre te miran con recelo aunque pagues religiosamente la cuenta, sin preguntar nada. Y también he de decir que al final del viaje, como no, acabé en algún tugurio de un pueblo perdido al suroeste de Francia. Limpio sin duda, pero austero y un tanto lúgubre.


Pero antes del final, pasé por Budapest y la mayoría de sus calles. Un lugar entrañable, venido a menos, pero sin duda alcanzó en su epoca, a finales del siglo XVIII casi el cielo y el cenit de la modernidad. Los ecos de la cultura y el derramamiento de sangre aún se huelen en el ambiente. Un lugar por el que todos quisieron pelear para optener la parte del botín. Sin duda el Danubio, bañado por una luna complice y silenciosa , han sido espectadores de cientos de batallas, algarabas, y también de besos infinitos e interminables de amantes ardientes.

A los pies del inolvidable lago Balatón, sobre el cesped soñé con volver en poco tiempo en busca de historias aún no contadas. Rebuscar entre sus aldeas, entre sus recuerdos, entre sus sueños.

El fallido imperio Austro-Hungaro, me dió que pensar, y decidí pasar a visitar Viena, el centro político y social de Austria.

En Viena escuché las notas del inmortal Mozart que aún resuenan por todas sus calles, dentro del restaurado edificio de la opera y el balet pude escaparme detrás de su escenario para mirar los entresijos del impresionante edificio. Por las calles los tranvías se mezclan con las bicicletas y en los parques muchachas semidesnudas, discretamente, besan a sus amantes en este mes de Agosto especialmente caluroso.

Viena, al contrario de Budapest, ha tenido la continuada bonanza del dinero, lo que le permite exhibirse más renovada, más cuidada. Como si fuera la hermana mayor de la familia, la rica de turno.

Los días pasaban entre descubrimientos, rincones mágicos, personajes de ahora y de siempre. El cuerpo se iba ogotando, pero las comidas nuevas hacen el viaje más liviano. Las bebidas y pócimas por descubrir lo hacen más entretenido. Siempre se agradece que un músico arroje la funda de su violín al suelo y toque algo de Vivaldi. Sin apenas darme cuenta, de un salto, estaba aterrizando en la Piazza de Roma, desde dónde has de abandonar el coche para empezar la aventura de adentrarte en las callejuelas y cruzar una infinidad de puentes en Venecia, para llegar finalmente a la Plaza de San Marco.

Se tiene la idea de que la edad Media pasó hace cientos de años, es falso, en Venecia la Edad Media sigue allí instalada en cada puerta, en cada puente, en cada rincón, entre las sombras y las luces. Conozco París y la llaman la ciudad de la luz. Venecia es especial en cuanto luz y por muchas otras cosas, al menos el día que yo la vi. Tiene una luz increible, una belleza que transporta al instante, los mercaderes, las góndolas, las risas de las italianas, las voces en alto. El aroma a cientos de años de mascaras y carnavales. Siempre que llego a un lugar nuevo digo: aquí es dónde quiero vivir. En Venecia estoy seguro que sería capaz de vivir sin dormir. Todo hace que los sentidos se aviven. La música, el olor a incienso de sus cientos de iglesias, una en cada plaza, no podría contar las plazuelas que pateé en unas horas.

Con todos estos y muchos más recuerdos me saltaban en la cabeza, iba acercándome a ese Madrid, del que salí días atras. De nuevo acercándome a esa urbe que me atrapó hace más de 25 años y de la que no puedo, ni quiero escapar. La carretera se me hacía infinita, pero delicada, el calor ya apenas lo notaba, la luna haciendome guiños, el cuerpo aguantando, al llegar a casa habría recorrido unos 6300 kilómetros. No estaba mal. Todo había salido según lo no previsto. Ahora me apetecía llegar a casa, ver que todo estaba en su lugar, abrir la ventana, confirmar que las plantas, cuidadas con delicadeza por Nina, estaban sanas y salvas. Hogar, dulce hogar. Deseaba llegar a mi 4º y buscar entre los recuerdos del viaje, esperar a que algún personaje surgiera y diera la cara.

Abrí la puerta de mi piso, silencioso, aireado, las plantas perfectas, todo limpio, impoluto, ordenado. Pero al instante noté que algo estaba ocurriendo. No era normal tanta quietud, tanto silencio. Qué estaba pasando en mi cuarto piso???...
A mi espalda es como si notara una presencia, alguien me estaba vigilando???...Qué me podía pasar en mi territorio, en mi propio piso, en mi castillo de marfil esculpido sobre las nubes de cristal de murano. Nada. Me relajé, lo achaqué al cansancio del viaje, abrí el gripo de la bañera con agua caliente. Sales de baño, incienso, música, para empezar Bach.

Ya en el agua, cerré los ojos procurando centrarme en todo lo que había visto, me habían contado. Esperando que algún momento algún personaje me saltara a la imaginación. Tenía ganas de volver a sentir esa sensación especial. Algo se mueve dentro de la cabeza y las palabras parece como si se pusieran de acuerdo. Empiezas a teclear como poseído por el portátil y cuando te das cuentas los personajes te llevan de un parrafo al otro. Se construye una historia misteriosamente y al final lo único que deseas que alguién la lea. Lo demás poco importa.

Aquella tarde la cosa fue distinta. Empecé a escuchar voces. No quise abrir los ojos, para qué.


- Te crees muy habil, no???... te has dado una vuelta de lujo por todos esos sitios, y ahora vienes a descansar como el guerrero, con su botín. Lo tienes claro. Aquí no cabemos más.


Era la voz como de un viejo bucanero, sus toses me recordaron alguna historia pasada. Al poco una voz de mujer, insinuante me dijo también.

- Oye, monín, somos muchas las que hemos la calle para estar aquí y que tú cuentes nuestras cosas. Sabes????...nosotras tenemos preferencia. O cuentas lo mío primero o llamo a mi chulo y te dejará la cara marcada para los restos.

No me dió tiempo a responder. Mi silencio supongo que se interpretó como una vía para que cada cual hablara de lo suyo...

- Muy bonito vecino, nosotros aquí esperandote todo el verano, sin salir por las noches por esas terrazas de pecado, esperando que tú nos describas, cuentes nuestros secretos, nuestros sueños...cientos de personajes, que nos hemos ido apilando en tu puto pisín. Ordenados por números, que esto ya parece la Seguridad Social. Y ahora vas y quieres traerte a otros. Antes que nosotros???... De eso nada pringao.

Así pasaron unos minutos interminables, un sinfín de quejas que se fueron apilando a los pies de mi bañera. Respiré profundo, iba a gritar para sublemarme cuando el teléfono llamó mi atención.

Al otro lado la voz de un buen amigo.


- Bueno tronko, sé que has vuelto, he visto tu coche por el barrio, sin un arañazo. Supongo que todo bien. Vamos ponte algo que nos vamos de birras. No estarías durmiendo????....Has tardado un huevo en cogerme el telefono, menos mal que eres de esos que no tiene el contestador activado, si no te hubiera puesto bueno. Vamos, espabílate que tienes que contarmelo todo.

- No claro. Supongo que no estaba duermiendo. Salgo de la bañera. En cinco minutos estoy en la plazita.

En fin, ya de vuelta, veo que todo sigue igual. El calor de este agosto es como un rayo de fuego que atraviesa nuestros sueños. La plazita estará ardiendo, pero para compensar, la birrita fría la hará menos insufrible. Seguro que las faldas de las chicas esta noche estarán más cortas que nunca, y los escotes descubrirán algunos de sus mejores secretos. Me he debido quedar dormido por unos instantes. O no... nunca se diferenciar bien entre sueños y fantasías.

El vecino del 4º

Posdata: de nuevo de vuelta, desde mi 4º, entremezclando palabras de siempre con sueños nuevos, sueños nuevos con palabras inexplicables...en fin... por aquí ando...pasen y vean...