
Tenía que empezar por lo más sencillo. Se le ocurrió mirando desde su ventana, uno de estos días ventosos, dónde el sol se ha mezclado con las nubes, y un excesivo frío para un Mayo tan extraño. Como todo el mundo dice ahora, será culpa del cambio climático. Antes se decía que eran los dioses, que cuando hacíamos algo que no les gustaba, nos lanzaban su reprimenta o castigo en forma de granizo , plagas o cosas peores.
Nunca se había entretenido en contar los libros que tenía, pero seguramente más de mil. Novelas de todas las épocas, la mejor poesía del Sur y de poetas que viven junto al mar. Relatos, teatro, ensayos, diccionarios, encunables, primeras ediciones del XVIII, eso ya eran palabras mayores. Un hermosa colección de libros que heredó de su vecino. Don Alberto, cumplió casi un siglo, no tenía hijos y le dejó ese millar de joyas de todos los tiempos, todos los continentes. El en su interior se alegró de la herencia, los colocó como pudo en su pequeño piso y dejó pasar el tiempo. Nunca llegó a contarlos, para qué. Leía muy de tarde en tarde, pero en el fondo intuyó que ahí tenía un pequeño tesoro que procuraría ir desgranando en el tiempo, en lecturas cortas, pausadas.
Podrían ser incluso más de mil libros. Qué iportaba ahora. Envolvió, con prisas y algo nerviso , tres en un papel de periódico antiguo y se marchó dando un portazo. Vivir solo es lo que tiene, no es necesario dar explicaciones. Siempre se obtiene consenso.
Ahora caminaba calle arriba, cerca de una de las calles cercana a Carretas, ese centrico Madrid tan reconocido por todos.
- Buenas tardes Don Baltasar vengo a venderle tres libros de mi biblioteca. Yo calculo que costaron unos trescientos euros, mire usted las etiquetas, alguno incluso tiene puesto el precio. Usted me dice cuánto me da y no hay más que hablar.
- Por eso...diez monedas. Ni una más. Los almaceno en el trastero porque les tengo cariño, pero hoy día estas cosas no se venden.
- Adios Don Baltasar, eso es muy poco.
- Hasta otro momento. Que tengas suerte.
Es como si se hubieran puesto de acuerdo todos los buitres de la zona. Nadie le ofreció más de diez euros. Es más, fué el precio más alto. Uno, en un alarde circense macabro, dió un salto más allá que los demás.
-Precio estandar, un euro por libro. Es lo que hay.
A la semana volvió a la tienda de Don Baltasar. Y antes de que abriera la boca, tenía un billete de diez sobre el mostrador de madera.
-Es lo que hay. Hoy me he quedado ya sin monedas. Por eso te doy un billete de diez.
Atrapó el billete, tragó saliva , rebaba, profundos remordimientos y con los ojos crispados y el billete arrugado entre los dedos soltó a quemarropa.
-Adios, gracias. Es usted un hijo de puta, Don Baltasar.
-Y tú un puto parado.
Salió sabiendo que, más o más temprano, volvería. Compró dos cigarrillos sueltos en un quiosco, se tomó un café y cerrando los ojos buscó no pensar en nada mientras la primera calada de humo le entró hasta el alma, sin ninguna salida.
El vecino del 4º
posdata: Ni un parado más, ni uno parado. Ya. No hablamos del 5%.