
Tómas F. Bloom, había aprendido a jugar al billar desde pequeño. Vivió en cientos de sitios diferentes, siempre de paso. Sus lugares preferidos para jugar era en cualquier antro, de esos de carretera, entre Texas, Arkansas o Luisiana.
Cuando su padre bebía más de lo conveniente le tocaba a él continuar la partida. Las primeras veces que perdía las partidas su padre le pegaba y le dejaba sin comer ni beber dos o tres días. Así pasó su infancia, y parte de su adolescencia, hasta que un día a su padre le atropelló un camión al intentar cruzar una carretera, con más cerveza en el cuerpo de la podía soportar, y apartir de ahí comenzó su propia historia, también de jugador de billar. Único oficio. Único deseo.
Tómas F. Bloom, ya de mayor era delgado y alto, desconfiado y solitario. Apenas hablaba con nadie ni tenía amigos. En realidad se parecía a su viejo taco de madera oscura con incrustaciones de marfil blanco y brillante. No perdía jamás una partida. Vivía de las apuestas, pero procuraba ganar sólo lo justo par vivir diariamente. Solía decir, mientras escupía tabaco al suelo.
- Vivo del billar, el taco y las bolas, pero jamás me haré rico. No es mi meta en esta vida. Mi meta es jugar una partida en el cielo con Dios. Me han dicho que es el mejor en todo.
Al terminar la noche, cuando había conseguido para comer, dormir y muda limpia par el día siguiente. Enfundaba su viejo taco y desaparecía con wiski suficiente para dormir profundamente hasta la próxima partida.
Aquella noche de un caluroso verano eterno, Tómas rompió algunas de sus reglas de oro, y que siempre le habían dado buen resultado. Se dejó embaucar por una bailarina de enormes pechos y manos muy ligeras. Bebió durante la partida. Se puso fanfarrón y blasfemó, en voz alta, más de la cuenta.
Mirando al cielo, cuando a pesar de todo, parecía que ganaría la partida. Apagó el cigarro dentro de la botella de cerveza de su adversario, señaló con su dedo índice el recorrido de su última bola y marcó la tronera por la que había de colarse la bola negra con un escupitajo certero.
- Y si no entra....Ohh...Belcebú....Llévame por la tronera para siempre!!!!... Jugaré contigo en el mismisimo infierno para siempre!!!!...
Cuando el Sheriff, interrogó al dueño del local y a cada uno de los que aquella noche allí estuvieron. No supo qué escribir en su informe. En todo caso, jamás se encontró su cuerpo.
Demian, el responsable de la comisaria, finalmente, se negó a transcribir que todos los testigos juraban y perjuraban que se lo había tragado la tronera. Consta, simplemente, como desaparecido, caso no resuelto, uno más de tantos.
En el bar de carretera de aquella comarcal tejana, la 727-T, kilómetro 619, puedes parar, tomar cerveza bien fresca y cuando miras a la pared y ves el estuche y el taco con las siglas T.F.B., el bello se te eriza, como si un resorte invisible se te disparara dentro.
El eco de las viejas bolas de billar, mezclado con la música Cauntri eterna, hacen que procures olvidar todo lo que se te pasa por la mente.
el vecino del 4º
posdata: cuando mastiques tabaco, procura que no salpique a nadie, ni siquiera a tus propias pesadillas...