Un día el abuelo dejó de cavar los ajos en el huerto. Se sentó en su
silla de enea y cuando comenzó a ponerse el sol se quedó allí mirando a lo
lejos, sin hablar, con la mirada puesta en ninguna parte. Días más tarde olvidó
que fumaba y dónde tenía la bota del vino de pitarra.
Poco más tarde había que recordarle qué nombre tenía y cómo se
llamaban las cosas.
Había oído hablar de estas cosas pero cuando lo viví en mi casa fue más duro de lo que había imaginado.
Ahora es un hombre centenario sentado junto a la sombra de la parra
casi de su misma edad. Ambos permanecen en silencio como si nada fuera ocurrir.
- Y tú dices que eres mi nieto.Pues será. Te voy a
hacer un encargo. En esta casa tan grande me pierdo cada dos por tres. Llevo
días buscando mi maleta, porque yo me tenía que ir de viaje lejos. A ver si me
la encuentras. He buscado por todos los rincones y nada.
Hay días en que el abuelo, de repente recobra el habla y dice cosas
que nadie comprende.
Mi madre nos tiene prohibido dejar la puerta de la casa abierta y la
del doblado. En las demás habitaciones y en el huerto se le permite estar. A
fin de cuentas él no se mete con nadie.
posdata: este texto surge a raiz de la fotografía de Justo Berjano, espero que se complementen...ustedes dirán...gracias a Justo que me permitió esta combinación...