
Sin salir de mi cuarto piso, sólo con cerrar los ojos y teclear sin prisas, ahora mismo me encuentro en algún lugar de la costa africana, con aguas cristalinas, rodeado de barcazas, lo que en nuestro país conocemos como pateras o cayucos, de las que llegan a las Islas Canarias sin ir más lejos. Una manera como otra cualquiera de demostrar, día a día, que las fronteras son dibujos sin sentido alguno creados por los hombres amantes de amasar fortunas. Fortunas que por cierto, paradojas de la vida, no pueden llevarse a ese cielo que tanto ansían. No conozco concepto peor y más mezquino que aquel que considera, con extrañas triquiñuelas legales, a los hombres ilegales. Cómo vivir puede ser ilegal?.
Allá, pues, al otro lado del mar, el aire caliente me entra en los pulmones como una cerilla ardiendo. Para refrescarme y notar algo de alivio saco de mi mochila una botella de agua mineral nada fresca por cierto, pero es lo que hay, para dar un pequeño trago que me alivie estos sudores angustiosos. Me agacho y en cuclillas mojo mi cara con el agua salada. Sumerjo la gorra hasta el fondo y me la pongo en la cabeza con la visera hacia detrás. Ahora voy a quedarme así, agachado, unos instantes para recuperar fuerzas. Dejaré de hacer fotos. Dejaré de tomar notas. Parece que el momento ha llegado.
Sin duda es una reunión de unos cuantos sin papeles. Están preparando el viaje, he pagado unos dólares y podré estar por aquí sin problemas, desde la distancia, siendo casi invisible.
Hay alguien que parece el líder, un maestro de ceremonias, un hechicero o algo parecido, cuando el habla todos escuchan, hacen genuflexiones y muestran cierto tipo de servilismo o respeto infinito, no sabría decir. Está claro que en los genes de estas buenas gentes aún sigue instalado el mundo de la magia especial, en manos para sólo unos cuantos, y los miedos ancestrales, para otros muchos, siguen aún deambulando por playas y selvas.
Permanecen frente al hechicero del nuevo milenio, un tanto asustados, a algunos les tiemblan las manos y las piernas, él les habla al oído, y como autómatas, con los ojos casi en blanco, buscando en el horizonte de la playa, antes de chocar sobre las olas, quedan varados, como esperando algo. Como si intentaran buscar un picaporte en una puerta invisible que les llevará al otro lado del mar. Al lugar de sus sueños, dónde puedan comprar comida y algo de ropa a cambio de trabajar más horas que las que caben en un reloj o en cualquiera de nuestras agendas. No veo que se suban a ninguna de las barcazas que permanecen ausentes flotando y adormecidas en las orillas.
Tras varias idas y venidas a ninguna parte, la tarde va cayendo como cuando un de los ecos se desvanece entre los montes. El hechicero habla en voz alta, retumban sus palabras sobre las olas, la arena baila a mis pies como con miedo. Interpreto que por hoy la cosa ha terminado. En un inconsciente acto de valor me acerco y cuando ya casi está solo le pregunto en voz baja.
-Maestro, hechicero... por qué van hacia la orilla, a ninguna parte y vuelven. Es un ritual? ... o realmente quieren marcharse a Europa???...
-Qué te hace pensar que soy maestro o hechicero???...Sólo les digo que cuando estén preparados, esa puerta se abrirá y podrán hacer su viaje. Gratis, sin tener que pagar al mafioso de turno. Si no es así, es que hay algo aquí que aún les retiene. Que mediten sobre ello y saquen sus propias conclusiones mirando el horizonte.
-Y realmente te creen??...
-No sé, acaso importa???. Me interesa más la ilusión con la que van hacia la orilla. Esos instantes de espera, buscando en el aire una puerta que no existe, una llave que no lleva a ninguna parte, que no abre nada, pero anhelan tanto. Algunos jamás vuelven a intentarlo. Otros, pasados unos meses se embarcan en una patera, como ustedes las llaman. A esos bien sabe lo que les espera. O no???...
- Perdóneme . Le pido disculpas. No tengo más preguntas.
-Yo no soy juez, ni perdono ni disculpo. Ni juzgo ni castigo. Ni siquiera sé quien soy. Todos los días me hago esa misma pregunta y aún no he sabido qué contestar.
La noche se acerca en algún lugar de la costa africana, un olor a pescado asado me recuerda que tengo hambre, unos tambores que suenan como lágrimas de cristal que caen de las estrellas más lejanas cuentan alguna historia incomprensible para mí. La luna se baña desnuda sobre unas olas lascivas. Es hora de volver a la ciudad.
El vecino del 4º
posdata: estos días de frío y nieve, de crisis e incertidumbre parece que se nos olvida que las barcas siguen mirando el horizonte de los sueños dorados al otro lado de la orilla...